La llegada de Trump a la Casa Blanca por segunda vez supone un cambio geopolítico de magnitud comparable al reordenamiento internacional tras la Segunda Guerra Mundial. Algunos anticiparán como prematura esta conclusión, y solo el tiempo dará o quitará la razón. De momento, es una posibilidad, y los hechos desde su toma de posesión hace un mes ratifican el alcance del cambio en curso. Trump tiene la determinación de las personas que se sienten predestinadas y en ello no juega un papel menor la supervivencia del atentado fallido que sufrió el 13 de julio de 2024 en Pensilvania.
Trump ha roto de facto el multilateralismo basado en reglas por un alineamiento de intereses a través de la coacción y el poder puro y duro. Quiere llevar al extremo la autonomía y la seguridad estratégica de EEUU a través en el onshoring de procesos de producción que retengan el máximo de valor en su país. No respeta las fronteras legales acordadas en la ONU y considera cualquier espacio físico con interés geoestratégico para EEUU como apropiable. Tiene una agenda de comercio e inversiones donde el interés de EEUU está por encima de cualquier otro país.
Tiene el poder político, militar, económico, tecnológico para imponer, al menos a corto plazo, su agenda, al menos en Europa y en Oriente Medio. Sus palabras son más cautas respecto del mar de Asia y Taiwan, porque allí el equilibrio de poder puede estar más repartido.
Trump está comenzando a gobernar EEUU como el director ejecutivo de una compañía. Una compañía/país que tiene como objetivo ser fuerte en su territorio, y expandirse a costa de otros países, en el resto del mundo. Y para ser fuerte en su territorio, Trump y Musk tienen el plan para que la principal empresa pública estadounidense, la propia administración federal, sea mucho más eficiente y menos costosa. El plan de DOGE en manos de un empresario como Musk (tampoco parecen importar los conflictos de intereses) tiene muchas posibilidades de crear efectividad real, ahorros inmensos, y convertir la burocracia administrativa en una maquinaria mucho más efectiva, que responda a necesidades de ciudadanos y empresas. Por ello, es probable que desde esta perspectiva EEUU sí se consolide como destino inversor y lugar para emprender. Hemos tendido a ver la burocracia estatal como algo desligado de la experiencia de usuario que ofrecen las empresas que compiten por los clientes, pero todo indica que eso va a cambiar en EEUU. Y esto será una referencia para el resto del mundo, o cuando menos para Europa.
Europa
Europa está en el vértice opuesto de lo que preconiza Trump, y por ello lo va a pasar mal, al menos en el corto plazo, y mucho más en el largo, si no cambia no solo sus políticas, sino la forma en que se toman las decisiones y se ejecutan las acciones. Europa se ha identificado como un espacio de valores y principios compartidos, pero con un entramado de instituciones como el Consejo Europeo, el Consejo de la Unión Europea, el Parlamento Europeo, la Comisión Europea y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea que tienen que convivir con las instituciones equivalentes en cada uno de los 27 países de la Unión. Más aún con la fuerza limitada de la Comisión Europea para ser un órgano auténticamente ejecutivo al estar controlada por el Consejo Europeo, donde los presidentes o primeros ministros de los 27 defienden más sus agendas nacionales que una auténticamente comunitaria.
Siendo tan compleja la gestión institucional y ante la ausencia de voluntad política de integración efectiva (de la cual derivan mercados e intereses fragmentados, ausencia de economías de escala compartidas e ineficiencias múltiples), no es extraño que nuestra política exterior sea tan lenta, dubitativa y a veces, incoherente. El mundo digital y cambiante actual exige una praxis diferente. Un alto diplomático de un país emergente importante resaltaba recientemente la falta de credibilidad exterior de la Unión Europea. Desde el comienzo de la guerra de Ucrania, se ha acelerado una percepción negativa creciente sobre la UE en la propia ciudadanía, y las fuerzas de extrema derecha e izquierda abogan por un cambio, aunque no se conocen el sentido de sus propuestas.
Sí hay que resaltar la importancia del Banco Central Europeo y la creación del euro, posiblemente el paso más largo dado por los europeos para compartir el futuro. Pero aunque compartimos la moneda, los bancos y los mercados de capitales siguen anclados en cada país. Tenemos mercados de energía y comunicaciones fragmentados. Solo la convicción de Draghi para proteger al Euro en 2012 permite que hoy los países europeos no estén en desbandada monetaria, que sin duda sería el principio del fin de la UE como la conocemos.
Además, la UE está atrapada en políticas distintas de las que priman en el tablero del poder actual. La agenda 2030 con sus políticas medioambientales y woke. Su excesivo nivel de regulación, el marasmo de los partidos políticos que tradicionalmente han hecho avanzar la Unión, cada vez más acosados por partidos renovadores o de extrema derecha o izquierda. El bajo número de multinacionales tecnológicas y el atraso en investigación aplicada en sectores claves que den lugar a empresas escalables. La inconsistente política de inmigración, sin soluciones reales a la llegada de personas del norte de África y de los países en guerra en Oriente Medio. La ausencia de políticas de defensa asertivas, que tanto han ayudado, además, a países como EEUU a definir su liderazgo tecnológico en el sector privado. Y finalmente, la postura subsidiaria ante la invasión de Ucrania por Rusia, que ha sido abordada hasta ahora con los soldados ucranianos y mayoritariamente con armamento y tecnología militar y civil (Starlink) de EEUU.
La llegada de Trump sitúa a Europa en una posición secundaria en su propio territorio, ya que la decisión de lo que suceda en Ucrania parece que dependerá menos de lo que los líderes europeos de Bruselas decidan, y más de lo que acuerden Trump y Putin. El voraz Trump puede bien aceptar una paz a cambio del reparto de la reconstrucción y las materias primas de Ucrania, preservando los territorios ocupados por Rusia para esta y consolidando una victoria del agresor, eso sí, a un coste que Putin no imaginó al principio. La propia Groenlandia, territorio danés y por tanto parte de la UE, clave para el tráfico marítimo en el Ártico (junto con Canadá) si el deshielo continúa, está en la agenda de apropiación de recursos naturales y de seguridad logística para EEUU.
Trump lo cambia todo, y bien harán los líderes europeos en expeditar las propuestas de los informes Letta y Draghi, fortalecer su esquema de defensa, y sobre todo, reformar urgentemente el sistema de gobernanza, de toma de decisiones y de acción política. Si no es así, la UE no volverá a contar en la mesa de negociación del mundo.