Donar es una de las acciones con mayor componente emocional. Una catástrofe muy atendida por los medios de comunicación, una foto impactante de un niño, una vivencia personal, una conversación con una amiga o un chico con un chaleco de un color llamativo que nos aborda en la calle pueden activar una donación, bien puntual, bien recurrente. Donar es (o puede ser) una reacción puramente emocional.
El altruismo eficaz (efective altruism) pretende dotar a las donaciones de un componente racional, tratando de maximizar su impacto. Y para ello es necesario medirlo, entrando así en ámbitos de la Economía aplicada. William Mackaskill, un profesor de filosofía política de Oxford, hace reflexionar al respecto en Doing Good Better, un libro con sesgo positivista, al menos para conseguir metas como el final de la pobreza extrema u otras, en principio más complejas, como salvar vidas (me encanta el símil de Pablo Melchor, uno de los principales referentes de altruismo eficaz en España: “¿qué pensarías o sentirías si salvaras a un niño de un edificio que se está incendiando?”).
Doing Good Better es un libro optimista porque defiende que con muy poco dinero podemos hacer mucho (“Poca gente a lo largo de la Historia ha tenido tanta capacidad como la que tienes tu ahora de mejorar la vida de otras personas”).
Piensa lo que te cambia la vida tus últimos 5, 10, 500, 1.000 3.000 o 10.000 EUR de sueldo anual y ahora piensa lo que puede cambiar la vida de las personas más desfavorecidas (recuerda que es muy probable que estés entre el 5% de las personas más ricas de un mundo poblado por 8.000 millones de habitantes). El efecto apalancamiento es enorme (“The 100x multiplier”), sobre todo, si donas de forma eficaz. Me encanta eso de “ya es hacer algo”. La donación, como tantas otras cosas en economía, no es juego de suma cero, sino un juego de suma positiva. El libro está escrito en 2015, pero sigue siendo aplicable en la actualidad (si bien se ha avanzado y diversificado mucho en los destinos de las donaciones eficaces).
El enfoque diferencial es el de la eficiencia. Es decir, no es solo hacer “el bien”, sino hacer “lo mejor posible”, aunque eso implique que, en ocasiones, no nos sintamos “tan bien”, ya que la vía para ser eficaz puede parecernos fría (renunciar a parte de la recompensa emocional a cambiar de incrementar el impacto). Incluso la propia aplicación de un método racional pueda parecernos incorrecto (o no ético) cuando hablamos de salvar vidas (un ejemplo claro de “utilitarismo”, tan defendido por Peter Singer, uno de los patronos del altruismo eficaz, y tan criticado por muchos). Tienen razón quienes apuntan a que este es un tema muy polémico.
Tienes 30 años, vives en un país desarrollado con un trabajo bien remunerado y quieres ayudar a un mundo mejor. ¿Qué es lo mejor que debes hacer? ¿Pasarte un verano en Etiopía o trabajar más durante todo el año, ganar más y donar más? Earn to give defiende el autor, debido a su mayor eficacia. Y no, la eficacia no tiene por qué implicar sufrimiento. Si piensas que estás haciendo poco porque lo único que estás haciendo es “donar parte del dinero que te sobra apretando un botón del móvil sentado en el sofá”, te equivocas. Puedes estar haciendo mucho. Mucho más, incluso, que si “te complicas la vida” y viajas a un lugar desfavorecido de una zona marginada. Atención porque muchas veces es mejor donar dinero directamente (con lo que estoy de acuerdo) que aportar bienes o tus horas de trabajo. Porque en ocasiones lo que mejor puede financiar en la práctica es un incentivo económico (dinero, un saco de lentejas, unas bandejas de metal…) para que, por ejemplo, una madre lleve a vacunar a su hijo.
Dudas y preguntas
Hechos los elogios del libro, voy ahora a las partes que me generan más dudas o con las que no estoy del todo de acuerdo (esta es la mejor evidencia de que el libro me ha parecido muy bueno).
Porque aceptando la utilidad de darle el sesgo racional a la donación, no dejo de tener dudas. Por un lado, metodológicas, ya que se puede discutir mucho sobre cómo medir el impacto de ciertas acciones a corto plazo (salvar una vida), a medio plazo (ayudar a construir viviendas que salvarán vidas) o a largo plazo (ayudar a la educación que puede no solo salvar vidas, sino mejorar el nivel medio de las vidas). Cuidado no vaya a ser que aplicando un criterio racional caigamos en el sesgo del descuento hiperbólico y demos mucho más valor a los resultados a corto plazo.
Por otro lado, porque como donantes puede que queramos seguir sesgados por el lado emocional, como pasa en la Teoría de las alternativas de Kahneman y Tversky: nuestro cerebro (“nuestro corazón”) no opta por la opción que maximiza la esperanza matemática. Así, seguramente preferimos donar a una ONG de la que conocemos el trabajo que hace (porque lo hemos visto) aunque su impacto sea menor. O, simplemente, porque nos sentimos emocionalmente mejor ayudando a una determinada persona o a un grupo de personas en un determinado momento. Porque, ¿y si estar en la zona desfavorecida activa tu corteza prefrontal y te lleva a estar más motivado para donar? La visita al terreno como vía para comprometerte más. Mi experiencia en la Fundación Vicente Ferrer en 2015 y a estar hablando con él es todo un ejemplo. Desde aquí podrás leer el obituario que escribí.
Me parece complicado de que una organización que se encargue de medir el impacto de la donación (labor que apoyo y me parece muy adecuada) sea capaz de incorporar en sus modelos las funciones de utilidad de cada agente que, evidentemente, son diferentes según parámetros como la edad, la renta y el patrimonio, la ideología política, las vivencias personales, etc. Y que, además, evolucionan en el tiempo.
Junto al “impacto racional”, propongo el “impacto emocional”, que será diferente para cada donante en cada momento del tiempo. Y lo que creo que se debe maximizar es el impacto emocional, que parte del racional al que se le aplica un factor de emocionalidad en el momento t.
Impacto emocional Proyecto ABC, Donante X,t = Impacto racional proyecto ABX x Factor emocional Donante X,t
Estoy dispuesto a reducir la eficacia a cambio de maximizar mi impacto emocional.
Y se debe aceptar que alguien quiera donar a una iniciativa con menor impacto racional, pero con mayor impacto emocional o, mejor dicho, con “su” impacto emocional. Ahora bien, para medir el impacto emocional debemos partir del impacto racional y para ellos necesitamos la ayuda de profesionales.
Me parece muy bien aportar criterios racionales, pero siendo consciente de que la medición del impacto es debatible y que es necesario seguir contando con un componente emocional. Hay cosas a las que no se les puede eliminar de la capa emocional y dejarlas solo en la racional. Aunque, sí, es verdad que una medición del impacto es útil, sobre todo en entornos de toma de decisión con incertidumbre. Además, lo que en muchas ocasiones querremos no es tanto el impacto sino la sensación de “auditoría”, es decir, de saber que alguien está controlando “que llegue el dinero” y que “se use bien”.
Sigo con mis preguntas: ¿Qué es mejor?: ¿salvar diez vidas en un país pobre o solo una en uno rico? ¿Pero si esa vida es la de tu hijo o la de un familiar o un conocido? ¿De verdad creemos que el valor percibido de cada vida es el mismo para cada uno de nosotros?
Por otro lado, en muchas ocasiones el impacto estará sujeto a probabilidades ¿Hay que maximizar la esperanza matemática del impacto u optar por el impacto seguro? Cualquier decisión basada en la esperanza está sujeta a un error de estimación de las probabilidades y a que es, precisamente, una probabilidad. ¿Qué es mejor: donar a una actividad que con un 100% de probabilidad va a tener un impacto de salvar 5 vidas o a otra que tiene una probabilidad del 75% de salvar 10 vidas, pero del 25% de no salvar ninguna? ¿Y si la alternativa es que con un 5% va a salvar 200 vidas, pero con un 95% no va a salvar ninguna? Pocas cosas son más eficaces como aquellas que tienen una probabilidad de ocurrencia del 100% y que, además, suceden en el corto plazo.
Además, como ya hemos comentado, ¿cómo se considera el tiempo? ¿Hay que maximizar el impacto a corto plazo o el impacto a medio y largo plazo? ¿Es mejor salvar una vida hoy o diez dentro de un año años o 100 dentro de dos años?
De forma adicional, ¿es mejor salvar una vida de una persona mayor o de un joven? ¿y si salvando hoy a una persona mayor ésta salvará diez vidas de menores dentro de una semana? ¿Y si es dentro de un mes? Tenemos que tener en cuenta los efectos inducidos posteriores, nada fácil si tenemos en cuenta que nos encontramos ante un sistema complejo.
Y, ¿qué es mejor: salvar la vida de un niño o mejorar la de 1.000? Pero ¿qué es eso de “mejorar la vida”? Muchas preguntas como para defender que un método racional no tiene muchas carencias. Aunque, insisto, lo valoro de forma positiva (recuerda que creo en la gestión activa en los mercados financieros 😊).
Así, me parece bien apoyarse en profesionales para intentar medir y para maximizar el impacto. Y he aquí otra pregunta: ¿es mejor donar a una ONG que tenga al frente un ejecutivo muy válido que tenga un salario elevado? ¿y si cuenta con un equipo gestor cualificado? ¿se les debe pagar lo que se remuneraría en una empresa con ánimo de lucro? Sí: profesionalicemos la gestión de las ONG y apoyémonos en aquellas que nos ayudan a seleccionar mejor, como https://ayudaefectiva.org/
Si aceptamos que la donación eficaz como algo bueno para la sociedad mundial, ¿debería tener una ventaja fiscal? Si la respuesta es afirmativa, ¿debería ser mayor que la de una donación que sea menos eficaz? ¿Y si el impacto es nacional en lugar de internacional, debería tener la misma ventaja o más?
Por último, ¿debes hacer público que donas? Puede ser que sí ya que según el sesgo de compromiso te lleva a estar más involucrado con la donación, a mantenerla en el tiempo e, incluso, a incrementarla.
Conclusión.
A donar le pasa como a invertir: si queremos maximizar el resultado, es mejor guiarnos por la razón que por la emoción, aunque no siempre sea fácil. Y como no lo es, podemos apoyarnos en profesionales o en técnicas disciplinas (como el DCA en la inversión).
El altruismo eficaz implica dotar de racionalidad a un acto de tanta emocionalidad como la donación, con la intención de maximizar su impacto. Para ello, como es lógico, resulta imprescindible su medición, lo cual no es nada sencillo. De ahí que se necesiten profesionales y que se deban aceptar supuestos en la medición (muy típico de los economistas). Me parece muy correcto y lo apoyo, si bien creo que se debe seguir dejando un hueco importante al lado emocional. Por un lado, para seguir garantizando la donación. Por el otro, porque es lógico, y se debe aceptar, que el donante tenga sus sesgos por razones de edad, ideología o vivencias personales. Es decir, el impacto de la donación será diferencial para cada agente. Y esto es lo que me parece difícil: tener la medición del impacto del proyecto ABC en el momento j para el donante i. Como no creo que eso sea posible, entonces deberé aceptar que un donante opte por una donación que no maximice el impacto racional, pero sí su impacto emocional.
Altruismo eficaz y racional vs altruismo de impacto y emocional.
Maximizar el impacto externo vs el impacto interno.
Valor de modelo vs valor percibido.
Desde este link podrás oir el podcast sobre el libro que hice con Adrián Sussudio en Charlando con libros.
https://www.ivoox.com/donar-sirve-para-algo-doing-good-better-con-audios-mp3_rf_129100794_1.html