¿Necesitamos un nuevo software social?

Foto cedida por el Autor

El título puede parecer provocador, pero la pregunta no es desproporcionada ante la magnitud de los cambios a los que estamos asistiendo.
La pregunta corresponde al enunciado de una reunión de brainstormingsobre sociedad digital organizada en FIDE por Rafael Martínez Cortiña con Javi Creus como ponente. Sin duda, Javi es una persona firmemente asentada en el conocimiento de la tecnología y en los retos que plantea en la sociedad. La influencia de las redes sociales, votaciones que arrojan resultados inesperados, la reacción de reguladores y grupos de presión ante el avance de fórmulas de negocio surgidas al calor de internet, son algunos de los exponentes que indican que estamos atravesando una etapa de cambio acelerado.
En el centro está el nuevo ciudadano conectado, que ahora produce además de consumir, categoría donde le ubica este sistema económico que ahora confronta su renovación o desaparición en muchos sectores. Ese nuevo ciudadano que no se siente representado por los medios de comunicación, partidos políticos o poderes económicos tradicionales, que se pregunta si las instituciones pueden hacer mejor su trabajo o que cada vez encuentra más dificultad para encontrar un trabajo como en el siglo XX. Ese ciudadano que pone en valor sus activos y capacidades a golpe de clic, que prefiere (o no tiene otra opción) cada vez más pagar por usar que poseer.
Y en la estratosfera, luchas de geopoder al más alto nivel, donde las nuevas multinacionales se codean con los lobbies establecidos para crear un nuevo equilibrio donde la regulación actual es vista como anacrónica y un obstáculo para liberar las opciones que la tecnología otorga al nuevo ciudadano digital.
Es tal la miríada de cambios “funcionales” que aporta la tecnología que no es fácil tener una perspectiva global del relato que los engloba. Relato entendido como ese nuevo “software social” que de alguna forma se está programando.
El siglo XX asistió a la lucha de capitalismo contra el comunismo, ganado por el primero tras el fracaso del experimento soviético y chino. El capitalismo fue dulcificado a través del socialismo, y todas las sociedades que han progresado se basan en este sistema híbrido. En este “capitalismo socializado” la persona se ha reivindicado frente a la corporación y ha conseguido niveles de reconocimiento y derechos que han permitido, hasta hace pocos años, la coexistencia de sus objetivos respectivos. La empresa necesitaba al trabajador, y éste a la empresa.
Esa simbiosis casi mágica se está rompiendo con la innovación tecnológica, y ya las empresas no necesitan a tantos trabajadores empleados, y de la misma forma, las personas no necesitan estar empleados en las empresas tradicionales aunque siempre necesitarán seguir ingresando para poder vivir. Hoy muchas de las empresas más cotizadas no son las que tienen más trabajadores o activos, y los mejores trabajadores son capaces de crear empresas que son competencia y a veces sobrepasan a las empresas establecidas. Entre ambos extremos hay millones de empresas y ciudadanos que tratan de sobrevivir enfrentándose a un futuro más incierto que el que ofrecía el siglo pasado.
Es un mundo donde el relato predominante podría ser el anarcocapitalismo? Cual es el rol del estado en un nuevo sistema donde la tecnología permite unos niveles de transparencia e información que hacen innecesarias ciertas regulaciones? Cuales son las nuevas externalidades a las que hay que prestar atención? Puede la iniciativa privada a través de la tecnología prestar mejor ciertas funciones que corresponden a las instituciones? En suma, como convive un estado percibido como útil por los ciudadanos con las nuevas tecnologías?
Es un mundo donde el relato predominante será el cooperativismo? Es la teoría del pensador futurista Jeremy Rifkin, según la cual vamos a un mundo de abundancia, con costes marginales de producción tendentes a cero, donde el valor se distribuirá de una forma más igualitaria entre los integrantes de la sociedad en función de sus capacidades. No parece ser el caso ante la emergencia de los nuevos gigantes tecnológicos, pero sin duda la colaboración y la coo-petición son estrategias necesarias en un mundo donde la innovación frecuentemente está  fuera de la propia empresa.
Mucho se habla de que las regulaciones están obsoletas y las empresas disruptivas como Uber o Airbnb están en plena cruzada contra los intentos de los lobbistas de las empresas establecidas de que se les aplique la normativa existente (en letra o en espíritu). Detrás de todo está la cuestión de qué son y qué hacen.
Quiero entender la legislación y la regulación como parte del “software social” que permite el funcionamiento de la sociedad. Digamos que sin la adecuada codificación, el ordenador no funciona correctamente. Se habla de autorregulación, de regulación basada en principios y no en normas deterministas que se superponen en una sucesión de parches laberínticos, campo sólo apto para abogados de alto voltaje, en constante interpretación de intersecciones no holladas. Se habla del ciudadano libre, que puede ejercitar sus opciones y que toma sus decisiones. Una entelequia, nunca la libertad fue una opción real para ciudadanos continuamente ilustrados por los relatos de los mejores de entre nosotros (que cada uno defina a los mejores según su preferencia). Si no tenemos normas, y no tenemos el código de programación, como funciona el nuevo software social?
Algunos hablan de blockchain como la gran promesa que permitirá vehiculizar transacciones y acuerdos de forma transparente,  irreversible, sin intermediarios, en tiempo real, con verificación de todas las partes, de forma que la propia blockchain sea el “cuerpo de normas” que de forma automática verifique la que las partes cumplan los términos de un acuerdo. Pero blockchain ha de ser programado, no puede inventarse un protocolo entre partes, y por tanto es más un mecanismo de eficiencia de las rutinas administrativas que una filosofía en sí.
Se hace por tanto hoy, difícil ver la forma en que pueden convivir modelos regulados y modelos que hoy resisten la regulación y son muchos los que abogan por la no regulación con carácter inmediato, dejando la interpretación a los tribunales La objeción a esto es que se crea el equivalente a una “servidumbre de paso” que se convierte de facto en alter egofrente a la norma establecida.
También se habla de repensamiento del significado de “valor” en el nuevo contexto. El valor económico, el PIB tradicional, la visión financiera de la cuenta de resultados parece ser cada vez menos una buena aproximación del nivel de satisfacción, progreso y bienestar general de la sociedad. Porque parece que ese debiera ser el objetivo de las empresas e instituciones de las que nos hemos dotado en la sociedad: deberían ser un mecanismo cuyas métricas reflejaran el nivel de cumplimiento de las aspiraciones de la sociedad. Y ahí cuando menos hay dudas, si no directamente una voz de alarma ante el descontento social creciente, manifestado en índices de desigualdad o en desafección ante los procesos de democracia representativa. Tengamos en cuenta que todas las decisiones importantes que acaban afectando a las personas se toman por empresas o por instituciones, y se toman con las métricas que han significado clásicamente el progreso durante el siglo XX. Hay que reconocer no obstante, el avance tímido en aspectos como la solidaridad intergeneracional a través de conversaciones del clima o una sensibilidad social creciente en lo gobernantes hacia los más perjudicados por la desigualdad.
Pero no podemos olvidar que el sistema capitalista es el que ha permitido el progreso social más distribuido que ha tenido nunca la Humanidad, aun cuando es evidente que no está funcionando con la misma eficiencia que lo hizo sobre todo en el tercer cuarto del siglo pasado. Desde entonces, la rapidez del avance tecnológico ha venido arrinconando cada vez más las opciones tradicionales de encontrar un trabajo en una empresa, no digamos ya para mantenerlo toda la vida activa. De hecho, junto con las posibilidades mayores de los ciudadanos en esta sociedad de la abundancia para el que sabe y quiere reciclarse, la acumulación de riqueza y la creación de monopolios progresa a ritmos acelerados y frenéticos como nunca antes hemos visto. Aunque incrementa el numero de desplazamientos por su conveniencia (extiende el mercado), los Uber no son otra cosa que la concentración en una nuevas cuentas de resultados de buena parte de los beneficios que los taxistas obtenía antes de su llegada. Los Airbnb son nuevas cuentas de resultados que compite con las arcas de los hoteleros, al tiempo que crean nuevos ingresos en propietarios de viviendas que antes no se alquilaban. El reto no es muy distinto del que afrontan millones de minoristas que tienen que sobrevivir ante la llegada de las grandes superficies, que a su vez ahora luchan contra los minoristas de internet que sin tener establecimiento físico multiplican las ventas  los beneficios de las grandes superficies. Reinvéntate o desaparece.
Por tanto, se habla de cómo redistribuir la riqueza y las fuentes más prístinas del movimiento colaborativo, que da origen conceptual a buena parte de los nuevos competidores digitales, hablan de compartir los beneficios generados por las estas plataformas. Si los beneficios de Uber se repartieran entre los usuarios como si fuera una cooperativa entonces los precios de para los pasajeros podrían bajar, y los precios recibidos por los conductores podrían subir. La pregunta es donde  queda la remuneración del capital que está detrás del inventor de Uber y de su grupo de apoyo económico. No parece fácil articular esta simbiosis entre reparto del valor y limitación de la rentabilidad del accionista. Peter Thiel, uno de los más fervientes apoyos de Donald Trump desde Silicon Valley, emprendedor digital de éxito con empresas como Paypal, Facebook, y ahora Palantir entre otras, es un ferviente defensor de los monopolios como elemento de origen y tracción de innovaciones que traen progreso relevante. Innovación distribuida sí, pero también necesariamente liderada.
Ahora se habla de los fallos de la democracia representativa y quizá de lo buena que podría ser una democracia de participación directa. La experiencia “empresarial” (si así podemos decirlo) parece indicar que ambas posibilidades son compatibles: nuevos monopolios y un renovado ritmo de vitalidad empresarial en las PYMEs de la mano de las posibilidades de la tecnología. Parece que tendremos que buscar un nuevo “software social” que no implique el apartamiento de los actuales códigos, buscando más una transición hacia un modelo cuya morfología aún no divisamos.

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Este artículo, producido por Enrique Titos, aparece originalmente en el blog de FIDE el 18 de Enero de 2017

3 COMENTARIOS

  1. Interesántisimo articulo Enrique, muchas gracias por compartirlo con el Alcazar de las Ideas.

    Leyendo tu artículo me vienen algunas reflexiones a la cabeza, aunque quizá vayan en paralelo.

    Un capitalismo moderado o matizado como el que hemos disfrutado al menos en Europa, nos ha llevado a un "estado de Bienestar" difícilmente comparable en el mundo. Y para lograr ese estado del bienestar, hemos tenido que tener un sistema impositivo que recaude muchos impuestos y una seguridad jurídica que haga firme los negocios, los empleos y los compromisos. Por tanto …> entorno jurídico estable y fiable …> fomento de iniciativas ….> negocios prósperos que generen empleo y paguen impuestos (las empresas y los trabajadores). Sin estas cosas el modelo social salta por los aires. Por tanto es lógico que hayas muchos ententes preocupados en preservar la seguridad jurídica, la recaudación de impuestos y el mantenimiento del estado del bienestar. No es dificil caer en la confusión de nuevos negocios, nuevas tecnologías y actividades sin supervisión, sin tributación, etc… Un abrazo

  2. Gracias Pablo, yo creo que podemos estar entrando en una situación que cuestiona muchas de las estructuras con las que todos hemos vivido. El estado protector es un fenómeno de la segunda parte del siglo pasado, y el tamaño del aparato del estado ha crecido en todos los países en proporción al PIB. Sin que España sea de los países que más gasta, posiblemente no es de los más eficientes, o digamos que parte del gasto tiene un componente social que no crea directamente riqueza (desempleo y pensiones) aunque sí genera estabilidad social, que por sí es buena pero no suficiente para crear riqueza. Y tenemos un enorme problema en los impuestos, en mi opinión, si el gasto es en buena parte inflexible a la baja (siempre se podría recortar más). No se puede cobrar más a los mismos, hay que incrementar las bases imponibles (que se cree más riqueza). Y ello no es fácil un una situacion donde los monopolios cada vez tienen más riqueza (y donde en España no hay muchos a nivel global) y donde sobre todo no se apuesta por una clase emprendedora o si me apuras por l estímulo a los autónomos, o a incrementar el tamaño y la globalización de nuestras PYMEs. El panorama es peor de lo que dicen las cifras macro, pero al mismo tiempo hay que confiar en la capacidad de las personas de salir adelante. De los estados en general (hay casos como Singapur, países nórdicos, …) pocos tienen una visión de largo plazo.

  3. Algunas reflexiones en relación con el reciente artículo: “Necesitamos un nuevo SW social”
    Dicho artículo me ha parecido que suscita reflexiones muy interesantes y provocadoras en relación con varios asuntos de actualidad. Seguro que provocan posicionamientos encontrados, cada posición soportada por visiones, argumentos, intereses y sentimientos….cada cual con su merecido mérito.
    Tras expresar mi opinión bien escéptica acerca de la capacidad innovadora de los monopolios (tras haber desarrollado parte de mi actividad profesional en uno de ellos) – siendo la razón bien simple: no existen grandes incentivos para innovar si no hay competencia significativa-, voy a reflexionar con algo más de detalle sobre el punto primero: el rol de los Estados en relación con la regulación.
    A este respecto, entiendo que la regulación trata de establecer una serie de equilibrios entre dos partes con poderes normalmente muy desiguales, con el fin de limitar el abuso de las empresas, las instituciones poderosas sobre las personas, los ciudadanos, los consumidores más desprotegidos. En los temas de regulación no hay “buenos” y “malos”, lo que hay son varios tipos de actores con intereses propios contrapuestos. No me parece sólido pensar que los “nuevos” actores tecnológicos son automáticamente los “buenos”, me parece que habría que analizar de manera más imparcial caso por caso los intereses y razones de todas las partes.
    La necesidad o no de regulación es un tema acaloradamente controvertido.
    Antes de proseguir, voy a citar algunos ejemplos de situaciones en las que este debate puede tener relevancia: en ausencia de regulación, las grandes empresas tecnológicas (Google, Facebook, Amazon, las telecos y ahora tambien las entidades financieras…) podrían abusar del enorme conocimiento que tienen de muchísimos aspectos de sus usuarios, cruzando (big data) sus bases de datos (¿creemos seriamente que la autoregulación en este campo sería efectiva?); grandes empresas suministradores o fabricantes explotarían sin límite los recursos naturales escasos polucionando el medio ambiente (¿creemos seriamente que la autoregulación en este campo sería efectiva?); empresas financieras sugerirían creando productos financieros sofisticados y difíciles de entender por sus clientes, con consecuencias fáciles de constatar (¿creemos seriamente que la autoregulación en este campo sería efectiva?), etc. etc. Por el contrario, regulaciones innecesariamente prolijas ralentizan el progreso de la actividad económica.
    Los elementos de cada regulación se establecen en función de las características específicas de cada situación, es decir, primero se observan las situaciones concretas, y a continuación se elaboran las regulaciones correspondientes para limitar las situaciones de posibles abusos. Por lo tanto, las regulaciones siempre van por detrás de las situaciones que pretenden atender. Es inevitable. No puede ser razón “por sé” para eliminarlas.
    Los escenarios aceleradamente cambiantes por la influencia de las nuevas tecnologías están poniendo de manifiesto lo obsoletas que resultan, muchas regulaciones existentes. Pienso que habría que incrementar la rapidez en la adaptación de las regulaciones existentes a las nuevas situaciones, y no aprovechar para reclamar su simple supresión.
    Como resumen, pienso que seguimos necesitando regulaciones, pero unas regulaciones simples, lo más breves y adaptables rápidamente a situaciones cada vez más rápidamente cambiantes.

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Enrique Titoshttps://www.elalcazardelasideas.es/
Enrique Titos Martínez, (Granada, 1960). Casado y padre de 4 hijos. Economista graduado en UAM Madrid, postgrado en IESE Business School y en Kellogg Business University (EEUU). Ha desarrollado una trayectoria directiva en seis grupos financieros, el último en Barclays Europa y siempre relacionado con áreas financieras, de tesorería y seguros. Actualmente realiza consultoría e inversiones en proyectos relacionados con cambio de modelos de negocio por razón de la tecnología, tras reorientarse con cursos sobre Fintech y Criptomonedas en el MIT, formaciones digitales y de consejos de administración en The Valley DBS y Escuela de Consejeros. Es Consejero Asesor en la empresa Fellow Funders, Consejero Independiente de QPQ Alquiler Seguro SOCIMI y promotor de Consejos Asesores de Innovación Abierta (CAIA) en compañías establecidas como CASER Seguros. Miembro del Consejo Académico de la Fundación Fide, Director del Grupo Dinero Digital y Sistemas de Pago de Fide, Jurado de los Premios Knowsquare y fundador del Club de Lectura Know Square, y del Cineforum Mensajes de Cine.

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