De la tregua arancelaria al gran cerco comercial
La tregua arancelaria de 90 días anunciada el 10 de mayo de 2025 entre Pekín y Washington puede parecer una pausa bienvenida, pero se asemeja más a un tiempo muerto táctico que a una reconciliación estratégica. Apenas unas semanas después del apretón de manos virtual, Washington impuso un gravamen del 100 % a los vehículos eléctricos chinos y estableció incrementos escalonados sobre baterías, paneles solares y chips que seguirán aumentando hasta 2026, un recordatorio de que Estados Unidos está incorporando al núcleo de su estrategia comercial una «desconexión selectiva». Pekín, que interpreta estas medidas como parte de un «gran cerco comercial», ha respondido con una retórica más dura y con su propia planificación de contingencia. Datos de mercado recopilados por Reuters muestran que los flujos bilaterales de bienes, capital y estudiantes ya se están reduciendo, mientras que las amenazas de la era Trump de aranceles generalizados del 145 % se ciernen ominosamente sobre lo que queda de la relación comercial —valorada en 582.000 millones de dólares—.
La decisión de Pekín de exigir licencias de exportación para siete tierras raras pesadas —escandio, itrio y los cinco «metales de imán» que van del samario al lutecio— añade un frente adicional en el sector de los recursos naturales al campo de batalla arancelario. Esta medida se suma a la prohibición total, decretada el pasado mes de diciembre de 2024, de enviar galio, germanio y antimonio, así como al endurecimiento de los cupos de grafito, una secuencia que ahora amenaza cadenas de suministro completas para motores de vehículos eléctricos, aerogeneradores y armas de precisión en Estados Unidos. Washington dispone, por ahora, de escasa capacidad interna para compensar esta presión, de modo que la iniciativa funciona como un recordatorio hábilmente calibrado de que el apalancamiento en las cadenas de suministro puede ser tan potente como el fuego arancelario y de que cualquier tregua de 90 días opera bajo una espada de Damocles mineral.
Un Estado capital-riesgo reforzado para las tecnologías de frontera
En este contexto, Xi Jinping redobla su apuesta por un modelo de «Estado capital-riesgo» diseñado para aislar la cadena de innovación frente a impactos externos. En marzo, Pekín presentó un fondo nacional de orientación de capital riesgo de 1 billón de yuanes (unos 138.000 millones de dólares) que combina dinero público con «capital social» para financiar semiconductores, inteligencia artificial, tecnologías cuánticas y verdes a lo largo de ciclos de inversión prolongados. La iniciativa amplifica los centenares de fondos provinciales ya en funcionamiento y señala que, si la desvinculación es inevitable, China pretende replegarse hacia su mercado interior y una conexión internacional con su modelo de “doble circulación” y escalar más deprisa —no más despacio— en tecnologías estratégicas.
De hecho, la lógica de estos controles se alinea con lo que Arenal, Feijoo y colaboradores denominan el sistema de innovación de «Triple Hélice asimétrica» de China: una configuración en la que el Estado no solo fija las reglas de la competencia, sino que también orienta los flujos de datos y capital hacia tecnologías críticas como la IA, los chips y la cuántica. Su artículo de 2020 demuestra cómo los fondos públicos de orientación y el acceso preferencial a los datos otorgan a las empresas chinas una ventaja estructural frente a sus homólogas extranjeras, a la vez que dejan margen para la asunción de riesgos empresariales en la periferia —de ahí la descripción de un «Estado capital-riesgo». Desde esa perspectiva, las licencias de exportación son menos una represalia que un mecanismo de mantenimiento del sistema: dosifican insumos estratégicos procedentes del extranjero para preservar el bucle de aprendizaje interno que Xi Jinping desea acelerar.
La capacidad de producción como nueva moneda de poder
La renovada centralidad de la manufactura de base tecnológica obedece menos a una falta de imaginación que al reconocimiento de que esta capacidad de producción es una moneda de poder en una era de cadenas de suministro fracturadas. En Estados Unidos y Europa, más del 90 % de las grandes empresas citan ya el riesgo arancelario y la tensión geopolítica como desencadenantes de estrategias de «reindustrialización» y “friend-shoring2; el 82 % prevé reducir su dependencia de proveedores chinos en los próximos tres años. Políticas insignia estadounidenses como la “CHIPS and Science Act” ya han movilizado casi 400 000 millones de dólares de inversión privada, mientras que la taiwanesa TSMC acaba de ampliar su compromiso en Arizona hasta los 165 000 millones de dólares, la mayor inversión extranjera directa de la historia de EE. UU. En otras palabras, la tregua comercial puede ralentizar el intercambio de fuego, pero la competencia más profunda sobre quién posee y gobierna la próxima generación de ecosistemas industriales no ha hecho sino intensificarse.
Sin embargo, la capacidad de Pekín para convertir los insumos en armas podría erosionarse a medida que sus propias empresas se conviertan en proveedoras preferentes de las campañas de reindustrialización de otras regiones. En el Sudeste Asiático, la inversión china de nueva planta en manufacturas se duplicó hasta 12 900 millones de dólares anuales entre 2020 y 2023, representando un tercio de los nuevos proyectos fabriles en la ASEAN; en África, la red de parques industriales de Etiopía corteja abiertamente a más arrendatarios chinos para impulsar la manufactura orientada a la exportación; y en Europa, las megafábricas de CATL y BYD han devuelto la inversión china a los 10 000 millones de euros tras años de declive. Estas economías de acogida celebran hoy los puestos de trabajo y la transferencia de tecnología, pero ya incluyen cláusulas de localización y normas de diversificación de proveedores en sus paquetes de incentivos, preparando a Pekín para probar su propia medicina si cambian los vientos políticos. En definitiva, el impulso industrial exterior de China puede asegurar mercados, pero también multiplica los escenarios en los que las dependencias estratégicas pueden invertirse si existe la resiliencia, la inteligencia y el sacrificio para ello.