Vivimos en la tiranía de lo políticamente aceptable. No necesariamente de lo correcto, sino de lo aceptable en función de los cánones de belleza ética que impone la dictadura de las modas y de las tendencias, de los trending topics, de los hashtags multipitidos un millón de veces, de los eslóganes tras los que se parapeta la falta de ideas y de compromiso. Se demoniza al otro de una forma tan quijotesca y cainita como solo el gran espejo del alma española que es El Quijote es capaz de reflejar.
A falta de mejor criterio, hay que surfear la ola que llegue, lleve donde lleve. Carpe diem porque tempus fugit, la moda pasa y vae victis si no te has movido con ella. Para ser una sociedad cada vez menos leída, es impresionante lo que aplicamos los latines clásicos.
El juego del momento es el de las sillas musicales, el de la inseguridad permanente salvo en periodos puntuales. Una inseguridad que sustituye a la seguridad relativa de conocer la duración de la música y que habrá una silla a tu alcance cuando pare. Vivimos colgados de un hilo sobre la espada de Damocles.
Somos así de “originales”. La originalidad es el signo de los tiempos de crisis. Estamos viviendo tiempos interesantes según el criterio de la maldición china: “ojalá vivas tiempos interesantes”, con la que te desean incertidumbre e inestabilidad.
Hemos pasado de vivir, por defecto, en un entorno seguro, a sobrevivir, con esfuerzo, en uno inseguro. Igual que aceptamos cookies y términos y condiciones, nos jugamos cada día a los dados el cruzar el Rubicón. Épicas huídas hacia adelante se empantanan en la maraña de la obstinada realidad. Vivimos con la absurda pretensión de que, igual que en nuestra consola, siempre podemos resetear. Tenemos vidas infinitas.
El signo de los tiempos es la inseguridad permanente, la inseguridad jurídica y de valores, la falta de referencias firmes, de un Norte magnético al que atenerse. Vivimos en un entorno en el que la innovación y la incorporación de nuevas tecnologías, modas y modos de comportarse varían más rápido de lo que somos capaces de asimilar. Vivimos con el seguro quitado y con el arma cargada. Vivimos peligrosamente. Y, cuando se vive en incertidumbre, las reacciones son muy distintas a cuando se vive con algún tipo de certeza, aunque sea débil.
La seguridad no es algo que se tenga, es algo que se siente. Sentirse seguro te hace libre para construir, te proporciona una base y una referencia a la que volver si todo sale mal. La inseguridad implica conservadurismo o temeridad, amarrar lo que se tiene o lanzarse al vacío a por lo que se ansía. Porque, cuando se tiene lo justo, si se pierde es algo que era vital y, cuando se siente que no queda nada por perder, todo movimiento sólo puede ser ganador.
La aparición de una clase social que el coronel José Luis Pontijas, del IEEE, denomina “precariado”, una suerte de proletariado cogido con pinzas (que alguna vez fue clase media), ilustra bien esa situación. No es de extrañar que las mayores preocupaciones de los europeos, por encima del terrorismo o la corrupción, sean la pobreza y las desigualdades sociales y económicas. O lo eran hasta hace un par de semanas.
Vivimos en la inseguridad permanente de no saber a qué atenernos. Los ciclos se han acelerado y para cada solución aparece un problema nuevo casi de forma inmediata. Ya no vamos a tener una armadura que nos haga invulnerables durante siglos hasta que la pueda atravesar el disparo de las ballestas. Entre la aparición de las defensas y la del ataque que las vulnere apenas si hay un momento de estabilidad. Un momento para respirar aliviado y coger impulso antes de que el mundo vuelva a volcarse.
Vivir con el seguro quitado permite al centinela responder más rápido a la amenaza que se cierne sobre él, pero también le pone en riesgo a él y a los que le rodean. Aun así, el cambio principal en el centinela del arma sin el seguro es el sentimiento de amenaza constante que le lleva a portarla así, la sensación de inestabilidad que le hace flexionar las rodillas para agarrarse al terreno.
No hacen falta encuestas de confianza del consumidor o del ciudadano. Basta con mirar a todos los seguros quitados a nuestro alrededor.
El progreso es cambio, pero el cambio es reacomodo y fricción, es necesidad de volver a encontrar el sitio una vez que las condiciones cambian. En unos años, el cambio se habrá transformado en progreso, pero ahora es solo inestabilidad. Quizás esta última crisis sea la oportunidad de parar el mundo (#QuédateEnCasa) para pensarlo un momento. Una oportunidad que veníamos pidiendo hace tiempo para saber hacia dónde avanzamos. La necesidad de lo Slow. Pero ni el miedo ni la temeridad nos llevarán a ningún sitio. Nos sobran tácticos y nos faltan estrategas. Nos sobran remeros y nos faltan timoneles. Y…timones para decidir el rumbo.
Saldremos de ésta. Incluso podemos salir reforzados, aprovechar para aprender, para cambiar, para hacer los deberes de las tres transiciones que tenemos pendientes: la ecológica, la digital, y la del modelo social y productivo.