Con el fin de un ciclo comienza otro y en estas fechas se suceden análisis de lo que pasó en 2019 y qué pronósticos tiene cada cual para 2020. Unos aciertan y otros no, unos se comparan con lo que dijeron y otros prefieren no recordarlo.
En este ocaso de 2019, le deseo todo lo mejor a los habitantes de Venezuela para el 2020, pero no me atrevo a hacer un pronóstico de mejora porque el sufrimiento humano puede extenderse hasta límites inconcebibles.
Venezuela se ha convertido en un estado fallido en grado extremo bajo la égida de dos personajes a los que la Historia debería juzgar como «criminales de estado». En pocas ocasiones un país tan pródigamente bendecido con recursos naturales (tiene el mayor yacimiento de petróleo del mundo) ha sido capaz de destrozar las vidas de sus habitantes sumergiéndolos en la más atroz supervivencia en el día a día.
Una prueba de ello es que el país ha caído en una dolarización salvaje y descontrolada. Su moneda nacional, el bolívar, ya vale menos que nada. En mayo, un huevo de gallina costaba lo mismo que 93 millones de litros de gasolina. Muchas necesidades del día a día se negocian a través de trueques, como hace miles de años. No hay confianza en nada que represente al estado y se ha vuelto a las formas casi tribales de relación basadas en la cercanía, cuando no se vive de ser parte del régimen a costa del resto.
Venezuela es una dolorosa evidencia de que el progreso económico no es un camino de una sola dirección y que todo (todo) depende de las instituciones que nos gobiernen y de las personas que están al frente.
Todo esto lo explica mucho mejor y en detalle Andrés González Martín, teniente coronel de Artillería y analista del IEEE (Instituto Español de Estudios Estratégicos), cuyo reciente artículo reproduzco debajo copiándolo al completo y a quien agradezco su clarificador análisis.
Ahora que Venezuela vive los peores momentos de su historia reciente, le deseo de corazón lo mejor al pueblo venezolano en 2020 y que cambie su suerte.