Durante la Gran Recesión causada por la crisis financiera de 2008 en el mundo anglosajón se popularizó el término «riesgo moral» («moral hazard») para calificar el rescate del sistema financiero por parte de la FED (con la excepción de Lehman Brothers) con dinero de los contribuyentes americanos.
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En Europa y en España en particular fue en su momento criticada la decisión de rescatar al sistema financiero, inyectando dinero en la casi totalidad de las antiguas cajas de ahorros, lo que engrosó las cifras de déficit público. Como el rescate financiero se hizo con fondos europeos, España tuvo que firmar un acuerdo de MoU (Memorándum of Understanding) con la UE donde se establecían las reformas económicas que España tenía que poner en marcha como contrapartida del rescate de casi 60.000 millones de euros. Voces críticas argumentaron que ese dinero se había usado para rescatar al sistema financiero y a sus ejecutivos, pero que no se salvó a las personas que perdieron el trabajo por la crisis o a las empresas que tuvieron que cerrar.
Una vez más, el riesgo moral al decidir a quien rescatar con los recursos del estado. Pero esta es una visión simplista, porque no considera las consecuencias de haber dejado caer a las antiguas cajas de ahorro, lo que hubiera sido un golpe devastador a la confianza en la protección de los ahorros de las personas y empresas en las cuentas de bancos y cajas de ahorros. Podemos argumentar que el rescate de las cajas se podía haber realizado y ejecutado de forma diferente, pero no existía la opción de no hacerlo.
En la crisis del Covid-19, desde el principio nos tranquilizó la actitud de apoyo al sistema económico (financiero, economía productiva y hasta a las familias) de la Reserva Federal estadounidense, del Banco Central Europeo, del propio Banco de Inglaterra o del Banco de Japón (este último lleva financiando directamente el gasto japonés en el ejercicio de monetización de déficit más patente de la historia reciente). Estos bancos centrales han sido además apoyados en sus acciones y complementados por los ministros de finanzas de sus respectivos países, con salvedades que comentaré a continuación.
En esta ocasión «no hay riesgo moral», escuchamos desde el principio.
«…el Covid-19 es una pandemia de carácter planetario, afecta a la economía en su conjunto y por tanto no hay riesgo moral en el rescate financiero por parte de los estados porque se trata de rescatar todo». Algunos piensan que esta vez nadie se opondrá a que haya todo el dinero disponible para volver a la normalidad que sea posible.
¿Seguro? Pues no.
En la Eurozona, sobre todo Alemania y Holanda han capitaneado un frente contrario a transferencias Norte/Sur sin contrapartidas y exigen préstamos condicionados antes que transferencias para la reconstrucción como algunos dirigentes políticos reclaman. Porque sí hay riesgo moral. Aunque ahora no se rescate a bancos y se clame que hay que rescatar a las empresas y a las personas, en realidad lo que piden los políticos es una inyección de dinero y de confianza para hacer sus políticas. Y para ello los acreedores se fijan en dos cosas: uno, el historial de uso de préstamos recientes, y dos, para qué se va a usar ese dinero.
Por tanto, en este caso el riesgo moral añade una nueva dimensión: se trata no sólo de a quien rescatas sino de la confianza que el rescatado ofrece, en este caso, el país que solicita los fondos. La confianza en el funcionamiento de sus instituciones, en su gestión económica, política y social. La capacidad de la sociedad que el gobierno político y sus estructuras institucionales ofrecen a los prestamistas de que no se usará de forma inapropiada, por ejemplo para captura maniquea de votos o para gastos que no refuercen la capacidad económica del país de salir de la recesión económica en la que hemos entrado.
La credibilidad de los estados es un problema muy específico de Europa porque es una unión política inconclusa, y aunque dispone del segundo más importante banco central del mundo y un sistema productivo y financiero extraordinariamente bien desarrollado, la confianza entre países en Europa sigue siendo una asignatura pendiente porque pesa más el poder político nacional que el poder federal en el corazón de Europa. Existe riesgo moral a rescatar a ciertos países, y ello se expresa en un riesgo crediticio distinto como lo demuestran las primas de riesgos de los bonos soberanos de cada país. Esto no sucedería con bonos de los estados en EEUU o con los Landers de Alemania, porque ambos se financian con el presupuesto central de sus naciones sin límite.
El 4 de Mayo el Tribunal Supremo de Alemania ha cuestionado las compras de bonos europeos por parte del Banco Central Europeo al calor de las políticas de Mario Draghi en los años posteriores a la última crisis financiera, abriendo la puerta para que el Bundesbank alemán, uno de los bancos centrales parte del BCE, no apoye las compras indiscriminadas de bonos gubernamentales parte del euro y que son hoy el soporte casi único de que hace que los países sobre todo del sur de Europa puedan emitir deuda pública.
Las leyes no surgen del vacío. Surgen de una serie de principios compartidos por las personas que integran una comunidad (en este caso la nación o país). Estos principios son la expresión de su moral compartida que se transforman en leyes a través de las propuestas de los grupos políticos que obtienen el mandato electoral. Así se fueron construyendo progresivamente las leyes vertebradoras de los estados a partir del siglo XIX, las constituciones de los países democráticos y los distintos cuerpos legales.
Por tanto el riesgo moral está en buena parte incrustado en la estructura de las leyes que nos gobiernan. Si nos gobiernan leyes distintas, y aunque las leyes no son un contenedor absoluto de los principios morales de una sociedad, el riesgo moral entre sociedades o países también existe.
En última instancia,
el riesgo moral no es algo étereo y ajeno a cada persona como individuo. La suma de personas o individuos componemos una sociedad de alcance nacional o una sociedad europea, sobre la base de valores y culturas compartidas. Y la historia para construir valores compartidos la lideraron héroes que antepusieron valores y creencias sólidas aunque ello significase enfrentarse al aparato de los estados. Uno de los ejemplos que me viene a la mente es el coronel
Georges Piqcuart, el oficial de inteligencia francés que luchó contra el «establishment» político y el ejército francés y demostró la inocencia de Dreyfus en un caso mítico de estudio para los juristas.
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