La palabra “magia” o “mágico” se utiliza frecuentemente de manera banal. Un golpe ganador en un partido de tenis es “mágico”. Una velada en un restaurante puede ser “mágica”…
Incluso han aparecido en prensa y medios de comunicación diferentes referencias a la magia como un elemento definitorio de sensaciones ligadas a la imagen de una bebida refrescante o para vincularla a determinados avances tecnológicos como la inteligencia artificial, al provocar admiración por medio de la ilusión. No comparto estas aproximaciones, que me parecen más un recurso literario que retuerce la semántica para ganar expresividad, intentando etiquetar un fenómeno tecnológico y social difícilmente descriptible. Ciertamente determinados avances tecnológicos pueden producir sorpresa o admiración (como en su día pudo haber sido el uso del GPS o el microondas). Arthur C. Clarke (1917-2008) ya dijo aquello de que “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Pero la experiencia mágica va mucho más allá. Porque solo la magia combina la imposibilidad con la fascinación, mientras que otras actividades fascinantes, como, por ejemplo, determinadas acrobacias, o un recurso tecnológico por muy avanzado que sea, no se perciben como imposibles.
Porque ¿qué sucede cuando se asiste a un espectáculo de magia o ilusionismo?
Es una experiencia emocional que solo se presenta cuando el espectador no encuentra modo alguno de racionalizar esa experiencia. Debido a que la magia ofrece una experiencia real (posible) de algo que es imposible, se provoca una respuesta muy intensa. Una frustración intelectual acompañada de una respuesta emocional. Los desenlaces de los efectos mágicos son, pues, tremendamente provocadores. Contradicen nuestras hipótesis, nos hacen dudar de todo lo aprendido: son una disonancia cognitiva en sí misma.
Y está constatado que lo que más le gusta al espectador es “no saber qué vendrá después”. Lo que es una expectativa paradójica. La sorpresa, por definición, solo surge ante lo inesperado. En magia, por tanto, el público espera lo inesperado. Mientras que las nuevas tecnologías lo que nos ofrecen es un resultado predecible, acorde con nuestras peticiones. Resultado sorprendente, rápido… pero definitivamente no mágico.
Y puestos a asociar la ciencia y el ilusionismo, parecen mucho más interesantes las aportaciones de psicólogos y neurocientíficos como Martinez Conde, Camí, Macknik, Pailhés y Khun, que han estudiado con rigor las respuestas ante los estímulos visuales, auditivos y, sobre todo, emocionales, que se originan al presenciar un acto de ilusionismo. En efecto, el cerebro tiene unos condicionantes físicos y energéticos que le impiden procesar la ingente cantidad de información que recibimos continuamente a través de los sentidos. La comunicación y transmisión de información entre neuronas es relativamente lenta y debe superar varios cuellos de botella. Para sobreponerse a estos condicionantes, la evolución del cerebro ha desarrollado estrategias extraordinariamente efectivas, que van desde construir una ilusión de continuidad hasta inferir y anticipar constantemente los acontecimientos, a través de nuestra limitada percepción
Los magos, tras años de ensayo y error, han descubierto de forma intuitiva la lógica del cerebro, es decir, la manera de interpretar el mundo, y utilizan este conocimiento para potenciar el impacto generado por sus presentaciones.
Pero no solamente eso. Con el objetivo de generar un “imposible” en apenas unos minutos de actuación, los magos han tenido que aprender a aunar una serie de técnicas manipulativas, destrezas físicas, recursos psicológicos, capacidad narrativa, habilidad comunicativa y expresión dramática. Todo ello encaminado a conseguir una fuerte respuesta emocional ante una experiencia que el espectador recordará no por lo que vió, sino por lo que sintió. Y lo que sintió es el objetivo de la manipulación. Una manipulación honesta y descarada –y en todo acto mágico, previamente consentida- de nuestros conocimientos previos, nuestro intelecto, nuestros sentidos y, sobre todo, nuestras emociones.
De manera no muy diferente a las respuestas emocionales que desarrollamos ante los mensajes publicitarios, las campañas de marketing, los discursos de los políticos en campaña electoral, o la disposición de las estanterías en los supermercados. Con dos notables diferencias: que en todos estos casos la manipulación es subliminal y no consentida, y que por lo general –y esto es claramente una opinión muy personal- el conjunto de las propuestas está muy por debajo del nivel medio de un mago mediocre. Es decir, puestos a manipular, lo hacen muy mal.
Es, por tanto, la magia, un verdadero arte que solo recientemente ha sido valorado en su justa dimensión, precisamente por la ciencia, que ha encontrado muchas respuestas sobre el comportamiento humano al analizar la forma en que los magos construyen sus presentaciones. El hecho de que la magia (además de arte) sea un espectáculo, ha determinado que se presentara en contextos lúdicos, y consecuentemente está en general poco estudiada.
Pero sería justo que valoráramos la magia como un recurso y actividad casi humanística, por cuanto que en el desarrollo y presentación de un simple juego o ilusión, el mago debe potenciar su capacidad de análisis (para evaluar los puntos fuertes y débiles de la propuesta y las eventuales reacciones del público), fijarse un objetivo acorde al análisis previo, dedicar tiempo al estudio de las distintas herramientas que puede utilizar para conseguirlo, debe practicar todo ello, con constancia y de forma metódica, uniendo disciplina y creatividad, empatía, gestión de la audiencia y, por encima de todo, humildad para seguir aprendiendo y modificando sus premisas con un único objetivo: Poder regalarle al espectador unos segundos de ilusión, una vuelta a aquellos casi irrepetibles instantes en que unos Reyes Magos entraban por una ventana para cumplir nuestros anhelos, o el Ratoncito Pérez nos intercambiaba nuestro diente perdido por una chuchería, que era entrañablemente mágica porque era entrañablemente nuestra.
Obligados, pues, los magos a mantener el secreto de sus recursos, están condenados a ocultar sus habilidades.
Porque en el fondo la magia no es tal vez más que eso: El Arte de esconder el Arte.
Muchas gracias, Miguel. Muy interesante el funcionamiento del cerebro que asume cosas a falta de capacidad de análisis de los datos sensoriales. Es como si interpolara para ahorrar energía y tiempo. Ya me ha comprado el libro.