Muchos piensan que la primera oleada tecnológica de la Humanidad comienza con la Revolución Industrial, pero incluso en ella hubo mucho de una ayuda mecánica en una vida dominada por humanos. La tecnología sustituyó a animales y humanos, pero estos encontraron nuevos trabajos en la era industrial. Las yuntas de bueyes como fuerza de tracción desaparecieron y los omnipresentes caballos son hoy una especie confinada en las escuelas de equitación y en los hipódromos.
En los años 60 del siglo pasado, la revolución de la información que vino con los primeros hardwares y los programas informáticos de los años 80, los humanos surfeamos una nueva ola de destrucción laboral porque se crearon nuevos puestos de trabajo. Incluso después de la revolución digital de comienzo de siglo XXI, los puestos de trabajo no se resintieron en número, pero sí en calidad, creando una categoría de perdedores en la era de la globalización de la información y de las cadenas de producción. La distancia entre los mejor y peor pagados se ha ampliado y muchos estudios apuntan a la destrucción de la clase media occidental.
Dentro de esta revolución digital, los nuevos avances en la Inteligencia Artificial desencadenados a partir sobre todo del lanzamiento de ChatGPT en noviembre 2022 marcan un nuevo cambio de paradigma en el proceso de convivencia entre la tecnología y el ser humano: por primera vez, el humano puede ser sustituido por la tecnología a una velocidad tan radical que es más que seguro que no se crearán puestos de trabajo al ritmo al cual se destruyan.
Pero eso no es todo, la IA desplegada sin control amenaza con deshumanizar al ser humano precisamente por su capacidad de convertirse en un doble, un dopplelanger del ser humano, pero para entender el alcance, hay que comprender qué es la IA y cómo puede manifestarse. En este entorno, las empresas, y no solamente los gobiernos, han de actuar de una forma responsable dentro de su misión de crear valor para los accionistas.
La IA llevada a la inteligencia artificial implantada en recreaciones humanas a través de biología sintética son la forma más extrema de competir con nosotros, los humanos biológicos. No llego a compararle en aspectos de conciencia, identidad o sintiencia, temas que son, hoy al menos, más territorio de la ciencia ficción.
La IA, ya lo sabemos, es la capacidad de las máquinas de ser indistinguibles de los humanos según el famoso test de Turing. Hoy, la IA Generativa desarrolla a través de los modelos amplios de lenguaje, la capacidad de dar respuestas más rápido y más completas que muchos seres humanos. Hoy somos cada vez más los humanos que no podemos distinguir un texto, una imagen o un video hecho con IA del generado por un ser humano con tecnología digital sin IA.
La IA generativa actual está en sus albores, y, sin embargo, son miles los casos de uso que se están desarrollando para complementar, y en muchos casos sustituir, lo que hacen los humanos. Su manifestación más habitual son los asistentes de IA, del tipo chatbot, que responde a las preguntas de los usuarios partiendo de un contexto determinado (por ejemplo, un asistente que responde sobre la cobertura de un seguro de una vivienda respondiendo en tiempo real a los casos cubiertos según el clausulado de la póliza). Pero hay mucho más: asistentes de IA que generan contenidos para un blog o un medio de comunicación, imágenes o videos. Y en el futuro, la IA aplicada a la biología (sintética) permitirá crear cadenas de ADN de forma iterativa para crear superestructuras biológicas como patógenos resistentes a vacunas.
La IA es una oleada tecnológica de impacto generalizado, porque tiene el efecto de mezclarse con otras tecnologías y llegar a todos los sectores de actividad, en todos los países y en todos los puestos de trabajo. Después de todo, lo que nos distingue del resto de criaturas vivas ha sido la inteligencia humana. ¿Qué mundo nos queda cuando la inteligencia artificial puede construir seres más fuertes, que piensan sin emociones y actúan en fracciones de tiempo, y que además pueden constituirse como enjambres de drones? ¿Cuál es nuestra identidad cuando desaparece nuestra actividad?
Recientemente en Hong Kong un enjambre de drones luminosos dibujó en el cielo nocturno formas visuales maravillosas. Pero, ¿y si ese enjambre portara micro armas que disparasen a objetivos programados? Algunos pensarán que eso es ciencia ficción, pero la distancia entre ciencia ficción y ciencia real se está acortando, como demuestra el libro de Rodrigo Quian Quiroga, Cosas que nunca creerías: de la ciencia ficción a la neurociencia.
Otra de las características de la IA es que cada vez cuesta menos desarrollar casos de uso, por los precios reducidos, de momento, y la capacidad de muchas personas, y naciones, de desarrollar casos de uso de forma descentralizada con los modelos de lenguaje amplio que desarrollan prácticamente un puñado de compañías líderes en el mundo, que tienen el control del talento, del hardware y del software a través de sus plataformas tecnológicas. Ellos son los auténticos controladores del poder digital, y lo ofrecen, con sus filtros y condiciones, a miles de desarrolladores autónomos en todo el mundo.
Por ello, es posible que estemos ante la tecnología más disruptiva de todos los tiempos. Sunday Pichar, CEO de Google, califica la IA como una tecnología que tendrá más impacto que el fuego o la electricidad en la sociedad. Es una tecnología que no podemos desperdiciar con un apagón ludita antiIA, porque la historia demuestra que las tecnologías son indetenibles si ofrecen valor, y porque es imposible enfrentarse a grandes retos que confronta la Humanidad sin usar la IA, como por ejemplo, la lucha contra el cambio climático. Pero también la IA es una fuente de peligro, si gobiernos y empresas no ponen límites a su implantación.
Gobiernos y empresas basan su estrategia en el crecimiento económico como factor principal, salvo países dictaduras que imponen la pobreza a sus habitantes a través del control central de los recursos. Los políticos serán reelegidos con más probabilidad si hay crecimiento económico y los directivos conservarán sus puestos si saben aportar beneficios.
La IA en las empresas permitirá gradualmente hacer más cosas con menos recursos humanos. En este momento, las empresas más tradicionales se están focalizando más en aplicarla en sus procesos internos, y gradualmente van a sustituir costes salariales por costes de tecnología. En una fase más avanzada, los asistentes de IA podrán ser la cara en la venta de los productos y servicios, ya que los asistentes de IA tomarán apariencia humana y empatizarán con los humanos biológicos, que tendrán la sensación de estar hablando con un humano inteligente si la propia compañía no lo avisa.
Por ello, los estados necesitan una «Constitución de la IA», una carta pública sobre cuáles son los compromisos y los límites que impondrán a las IA para su desarrollo e interacción con sus poblaciones. Los ciudadanos lo necesitamos, ya que si no es así, estamos en las manos de la cuenta de resultados de los titanes digitales, ladrones de nuestra atención, que solo quieren ver crecer sus resultados trimestrales.
Al mismo tiempo, las empresas de todos los sectores van a ser los canales a través de los cuales la IA con nuevas capacidades llegue a nosotros, sus clientes. El propósito no puede ser solo ganar cada vez más dinero ni hacerlo de forma sostenible, palabra de moda en los modelos de gobierno corporativo. Deben de hacerlo de forma transparente y ética en esta época de evolución acelerada de las posibilidades de la IA. Las empresas deberían de adherirse a una «Carta de Principios de uso de la IA» en su ámbito y especialmente una relación con los clientes que limite casos nocivos de uso para las personas y que como mínimo informe de los servicios que se ofrecen con IA.
Es cierto que para que estas dos medidas funcionen habría que llegar a un acuerdo transnacional que evitara el dumping por parte de algunos estados o empresas, pero un primer paso es tomar conciencia del punto de arranque, y ese punto debe ser un compromiso responsable de implantación de la IA. Me temo que sin ello, seguiremos en una pendiente sin control cuyas consecuencias negativas no tardarán décadas en manifestarse, sino años, con efectos masivamente dañinos para la población, tanto en Occidente como en Oriente.
La regulación es absolutamente necesaria, aunque su aplicación no sea uniforme en el mundo, por eso es fundamental un profundo cambio cultural en nuestros parámetros educativos y en nuestras conciencias como ciudadanos, volviendo a enfocarnos en la dignidad y el valor humano, en el pensamiento crítico, que nos permita abordar esta nueva época con más escepticismo y con una visión más humanísticamente solidaria.
Muy de acuerdo en la necesidad del cambio cultural, ¿pero cómo y en qué tiempo? La cultura predominante en las elites de poder es extractiva, autocrática, o con visión de corto plazo. ¿Cómo podemos los ciudadanos, desde la acción, tomar partido en ese cambio para que sea efectivo? Es mucho más probable que el utilitarismo de la IA se imponga con más rapidez.
Es fundamental apostar por una diplomacia tecnológica que, conservando nuestros valores, sea abierta y capaz de negociar un gran acuerdo internacional donde tengan cabida todos, democracias y autocracias, para llegar al pacto de mínimos necesario para salvar a los humanos y desde ahí construir mayores bases de entendimiento