Tres semanas más tarde del ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre 2023, con el mundo aún no recuperado de la sorpresa y con Israel concentrando tropas en la frontera de Gaza, es lógico analizar estos hechos junto con la invasión de Ucrania por parte de Rusia el 24 de febrero de 2022. Ambos acontecimientos forman parte del mismo paradigma: las guerras de Ucrania e Israel son dos guerras en el siglo XXI con gran movilización de fuerzas terrestres y que además ocurren en frontera entre el mundo democrático y el mundo autocrático, si se me permite la simplificación comparativa.
La ocurrencia de estos conflictos acontece en el marco de un enfrentamiento creciente entre el Occidente democrático y una suerte de confluencias de intereses de países que, bajo distintas denominaciones, siguen órdenes de comportamiento distinto. Es inevitable observar los acontecimientos de Ucrania e Israel como parte de una misma función.
Sobre la guerra de Ucrania, la fulgurante invasión de Ucrania llevó a pensar al principio en un desenlace rápido por el desequilibrio de fuerzas y es este post comenté sobre 3 escenarios posibles. Finalmente, se está desarrollando el que llamé Escenario Imprevisible, consistente en un alargamiento del conflicto ante la resistencia ucraniana gracias al decidido apoyo occidental, y la mala planificación del esfuerzo militar por parte de Putin.
Ambas son guerras de ocupación de territorio para eliminar al adversario. Rusia quería, y seguramente quiere, extender su influencia a toda Ucrania (otra cosa es que lo consiga) y eliminar la existencia de su singularidad. La guerra de Israel contra Hamás es si cabe más compleja: los terroristas palestinos quieren destruir el estado de Israel y ocupar el territorio que la ONU adjudicó al estado hebreo en 1948. Su agresión puede parecer el ataque multiplicado contra su confinamiento en la Franja de Gaza y los territorios de Cisjordania, pero es más un ataque contra la propia existencia de Israel. Israel abandonó la Franja de Gaza en 2005, convirtiéndola en una suerte de autonomía gobernada por los palestinos, que entregaron el gobierno a Hamás en 2007. Israel seguramente pretende ahora la expulsión de la mayoría de los palestinos hacia el norte de Egipto y buscará la forma de ocupar Gaza y asegurar que Cisjordania no se rebela, al tiempo que controla la frontera norte con Líbano, donde está Hezbolá, una experimentada milicia terrorista apoyada por Irán.
Por su parte, Ucrania quiere defender su integridad territorial, tanto los territorios invadidos por Rusia en la franja este, como la península de Crimea, ocupada por Rusia en 2014 ante la pasividad de Ucrania y Occidente, convertida en el estilete sur de la ofensiva para materializar la invasión terrestre que comenzó en febrero de 2022.
Las guerras de Ucrania e Israel suponen una agresión de formas de pensamiento autocrático cuando no directamente criminal, contra poblaciones y sistemas políticos «razonablemente» comprometidos con los valores occidentales de la libertad y del respeto a los derechos humanos.
La cobertura de las guerras siempre sigue la estela de quien controla la comunicación. Occidente ha visto poco de la reacción interior en Rusia por su propio apagón informativo y, sin embargo, la cobertura de los medios ha sido extensiva en Ucrania, de una parte por ser la nación agredida y por la sobreexposición de los medios de comunicación occidentales, que son lógicamente los que dominan en Occidente. Es lógico el sentimiento de simpatía en los países occidentales, aun cuando muchos países se han alineado más con la indiferencia, cuando no con la comprensión de las razones de la invasión.
Las terribles acciones y la masacre perpetrada por Hamás con la invasión de la zona fronteriza entre Gaza e Israel sobrecogieron y sobrecoge a cualquiera que oiga o vea los videos de los asesinatos indiscriminados, torturas, mutilaciones de militares o civiles, hombres, mujeres, ancianos, niños, de cualquier nacionalidad que estuvieran allí. Es el terror en su más desnuda expresión. Desde que pasó, sin embargo, los medios de comunicación retransmiten diariamente las continuas muertes de las acciones (quizá más controladas que lo que inicialmente cabía pensar por parte de los israelíes) de las fuerzas armadas de Israel.
En la retina colectiva van quedando cada vez más atrás en nuestra memoria las atrocidades del 7 de octubre, superadas como si del ranking de páginas de Google se tratara por la más frecuente oleada de muertes diarias en Gaza como consecuencia de las acciones, hasta ahora selectivas, de Israel. En la mente de la población de Occidente impera cada vez más el sentimiento de que Israel ha de permitir la ayuda humanitaria, sin que aporte una solución a de qué forma Israel puede recuperar a los 220 secuestrados o cómo erradicar a Hamás (no por venganza, sino por pura higiene: no puede haber justificación alguna para las atrocidades del 7 de octubre, y Hamás no se detendrá hasta que se le pare).
Ucrania tiene las espaldas cubiertas por la cercanía de suelo europeo democrático, mientras que Israel es un injerto democrático rodeado de regímenes autocráticos y tendenciosamente islamistas en grado variable. La OTAN con Estados Unidos y lo que tengan de ejército los países europeos, controlan desde el oeste la agresión de Rusia a Ucrania, con fuerzas de tierra si hace falta y con aviación. En la guerra de Israel, la asistencia militar occidental solo puede venir por mar y comandada por Estados Unidos. No en vano éste tiene la mayor flota militar con mucha diferencia del mundo, en cantidad y sofisticación, al menos de momento. Por ello, portaviones y sus flotas se están acercando por el Mediterráneo y por el Océano Indico.
La guerra de Israel difiere de la de Ucrania en que mientras la segunda era entre estados, la primera es más compleja. La guerra la inicia un grupo terrorista con enorme implantación popular en Gaza (lo que no significa que todos los palestinos estén de acuerdo con la masacre del 7 octubre), que sin duda alguna ha sido incitado, armado, o ha contado con la aquiescencia de otro Estado, posiblemente Irán. Y esto hace pensar que todavía hay cartas que poner encima de la mesa en la guerra de Israel. Al mismo tiempo, esta guerra es ya el conflicto militar más complejo que ha afrontado Israel desde su nacimiento como país, pasando por la Guerra de los Seis Días (5 al 10 junio de 1967), la guerra de Yom Kipur (6 al 25 de octubre de 1973). Solo la guerra del Líbano en 2006 es hasta ahora más larga con 34 días. La matanza del 7 de octubre ha roto el paradigma de la seguridad en Israel con unas consecuencias todavía por calcular.
Las guerras de Ucrania y de Israel tienen consecuencias asimétricas para cada una de las partes en conflicto. Para Ucrania e Israel son conflictos existenciales. Ucrania hubiera dejado de existir en su concepción de país libre si hubiera triunfado la fulgurante invasión rusa, pasando a ser un estado satélite más de los alineados con Rusia, como lo fue en la época soviética. Israel tiene el riesgo de desaparecer si los países árabes mantienen a los terroristas y si Estados Unidos no respalda a Israel. Esto último obviamente no va a suceder (los lazos EEUU-Israel con inquebrantables e Israel tiene la disuasión de la bomba atómica: no sólo desaparecería Israel, sino parte de los que le rodean).
Por el contrario, un éxito en la respuesta de Israel, si lo hubiera, no sería concluyente para los estados instigadores o que han visto la guerra iniciada el 7 de octubre con complacencia. Llevan intentándolo 75 años, desde la fundación de Israel. En el caso de Rusia, sólo una derrota militar sería existencial para Putin y para Rusia, pero parece que China no permitirá que esto suceda. China está seguramente viendo lo que sucede en Ucrania e Israel como una distracción para su gran competidor y hegemón actual del mundo, los Estados Unidos, al cual se acumulan las tareas de policía militar del mundo.
El efecto acumulativo del frente europeo con Ucrania en la punta de lanza frente a Rusia e Israel en Oriente Medio en el gran teatro del mundo es sin duda agotador para el gobierno de Estados Unidos, de una parte frente a su electorado, y de otra parte por la multiplicación de sus esfuerzos estratégicos, militares y diplomáticos, por no hablar de los económicos, en dos zonas calientes del mundo.
Lo cual nos lleva al Lejano Oriente, donde Taiwan representa el punto de contingencia más vulnerable, sin olvidar Corea del Sur (que comparte frontera con Corea del Norte), y en menor medida, Japón, donde se concentra la mayor base militar de EEUU fuera de su territorio y donde su flota del Pacífico sigue de momento siendo la reina de los mares, ante la menor asertividad de la marina de guerra china.
Es inevitable ver las guerras de Ucrania e Israel como parte de un mismo escenario con varios actos que se van desarrollando consecuencialmente, aunque no necesariamente de forma planificada. Los protagonistas principales siguen siendo los mismos, aunque la trama nos lleva por distintos pasajes. Hay algo más profundo que no se puede descartar: una guerra de civilizaciones en curso, de formas distintas de entender la vida.
Muy de acuerdo con el concepto de guerras relacionadas entre sí, aunque no planificadas conjuntamente, como parte del conflicto geo estratégico este-oeste. El gran padre chino observa. Muchas gracias, Enrique, por las reflexiones.