Hace tiempo que llevo pensando sobre cómo interactuamos con las máquinas o dispositivos cada vez más presentes en la vida diaria en cualquier ámbito, sea personal, profesional o social, y cómo estamos abocados a un cambio cuyas consecuencias más inmediatas son evidentes: vamos a dar aún más datos y los datos van a generar cada vez más acciones al margen de nuestra propia acción consciente.
“Es un debate entre la conveniencia que aportan las herramientas digitales y la pérdida de privacidad que implica su uso.”
Cronológicamente:
- La comunicación entre seres humanos empezó con gruñidos y gestos en la época pre-sapiens.
- Posteriormente, el lenguaje oral fue sofisticándose dando paso a una comunicación más fluida. Con ello empezamos a enriquecer nuestra comprensión del mundo incorporando abstracciones cada vez más complejas.
- La llegada de la escritura abunda en ese proceso, y empezamos a usar las manos como elementos de expresión para plasmar nuestro pensamiento y crear “instrucciones” para otros. Creamos distintas expresiones artísticas como la pintura, la escultura o distintos objetos que nos rodean. Se expande el conocimiento y las relaciones.
- Llega la época industrial y usamos cada vez más mecanismos e ingenios que funcionan por la acción de nuestras manos.
- Se inventa la máquina de escribir, que con pocos cambios evoluciona hacia el teclado del ordenador, que se convierte en primer periférico de entrada de datos y de ahí pasamos a portátiles, tabletas o teléfonos inteligentes.
Hoy estamos en la época del teclado
Máquina de escribir, teclado Microsoft, teclado Nokia, teclado iPhone |
A partir del momento tres, hay un denominador común: nosotros introducimos la información cuando queremos y lo hacemos a través de esas extensiones de nuestros brazos que ninguna otra especie animal ha desarrollado tan efectivamente como la humana, con la excepción de los robots en procesos industriales. El famoso teclado Qwerty poco ha cambiado desde que Sholes lo inventó en 1863.
Ahora estamos dando un salto cuántico con la incorporación de asistentes de voz y tecnologías de reconocimiento facial (cara, voz, retina e iris en ojos, manera de andar, pisada, huella dactilar), que hacen “más natural” la conexión del hombre con la máquina. Es posible que cada vez nos comuniquemos más por voz, imagen y “huellas” de nuestra vida normal (dejo la comunicación por mente para las películas de ciencia ficción, de momento).
Y ahí entra el artículo que adjunto, donde Enrique Dans aporta una reflexión sobre el estado de la cuestión en el debate entre conveniencia y privacidad ante la creciente aplicación y las reacciones institucionales ante las técnicas de reconocimiento facial. Pero lo mismo aplica a los asistentes de voz que las grandes tecnológicas están desarrollando (Alexa en Amazon, Google Asistant en Google, Siri en Apple), ya que están en permanente modo de escucha hasta que el usuario conscientemente habla con ellos. Yo lo complemento con la llegada del Internet de las Cosas (IoT), que va a generar cada vez más acciones programadas por algoritmos o inteligencia artificial, al margen de nuestra acción consciente.
“Este es un debate que no ha hecho más que empezar.”