En esta ocasión me voy a limitar a referenciar el artículo de Shaun Riordan sobre un tema al cual solo círculos más especializados prestan atención, y es el componente tecnológico de la geopolítica actual y de futuro.
La geopolítica consiste en las decisiones y acciones que toman distintos actores, normalmente gobiernos, en la gestión y defensa de sus intereses fuera de sus fronteras, excluyendo acciones de guerra convencional. La geopolítica son las acciones diplomáticas de carácter estatal, y más sutilmente, las tomadas por empresas que pertenecen o tienen sede en un país y que tienen alcance e influencia en otros países. Hay una geopolítica de la educación, de la cultura, y por supuesto de la economía, o la influencia política para exportar armamento. La geopolítica vertebra las relaciones entre países en un constante juego de intereses más o menos cambiantes.
Hasta la llegada de nuevas tecnologías digitales que surgieron de internet, la geopolítica económica se basaba en influencia comercial de las corporaciones tradicionales, cuando empresas como Exxon, Cargill o John Deere conseguían entrar en los mercados de explotación de petróleo, de compra de materias primas o de distribución de maquinaria agrícola en países sin empresas equivalentes (y a veces pese a su existencia).
Con la evolución de internet y la creación de grandes conglomerados digitales como Facebook, Google, Apple, Microsoft o Amazon entre otros, con sus propuestas globales a través de servicios virtuales y sobre todo su disponibilidad de datos y gestión global de los mismos, estas compañías desarrollan una capacidad y un poder global difícilmente replicable por otras compañías, incluyendo los gigantes chinos. Y hay muy pocas dudas de que los gobiernos de los países en cuya jurisdicción nacieron o tienen sede estas compañías tienen una creciente sincronía con los intereses de las mismas.
Húérfana de plataformas globales propias, esta situación deja a la Unión Europea en extrema debilidad por la dependencia del bloque geopolítico al que elige estar conectada, que no puede ser otro que Estados Unidos y sus conglomerados tecnológicos. Esta dependencia plantea interrogantes sobre los niveles de autonomía y libertad del que realmente disfrutan los países, en función de su ubicación en la pirámide tecnológica.
Escalar en la pirámide de las tecnologías digitales debe ser un objetivo central de cualquier acción interior y exterior de los gobiernos nacionales (y de la Unión Europea) alineando todas las políticas a su alcance para hacerlo posible, en particular la educación, la digitalización de las empresas y de los organismos del Estado. La diplomacia tecnológica de Europa tendrá que alinearse con el punto de partida actual, el objetivo y la hoja de ruta hacia el mismo.