Rifkin hace un repaso histórico hasta nuestros días del origen del procomún, la antítesis de la economía basada en la propiedad, que tiene sus orígenes en la alta Edad Media, y de cómo la Ilustración y el Humanismo desarmaron la rústica economía colaborativa del entonces situando al individuo como epicentro del progreso, y la satisfacción de sus necesidades primero básicas y luego crecientemente hedonistas, base fundamental de la economía basada en la propiedad y en el consumo sin límite que sustenta el modelo capitalista.
Tras la primera y la segunda revolución industrial, hay ya un consenso amplio de que la Humanidad, con el desarrollo y consolidación de Internet y sus efectos facilitadores de la globalización, se encuentra en los albores de una transformación de magnitud cuando menos similar a los anteriores períodos. En las dos revoluciones previas, avances en la matriz de “energía-comunicaciones-logística” determinaron crecimientos exponenciales de la productividad propulsando crecimientos económicos inéditos, especialmente en los países desarrollados. Dinámica a la que se unen de forma acelerada en las últimas décadas prácticamente todos los países del mundo, con contadas excepciones.
En la Primera Revolución Industrial, fue la máquina de vapor, la imprenta y las mejoras de la comunicación terrestre, marítima y fluvial las que catapultaron el progreso de la sociedad con mejoras de la productividad, deslocalización inicial de poblaciones e inicio de democratización de la alfabetización. En la Segunda, el descubrimiento del petróleo, los motores de combustión interna, el teléfono y la electricidad dieron lugar al período seguramente más floreciente de la economía mundial en su historia. Según Robert Solow, sólo el 14% del incremento de productividad de la era industrial obedece al capital físico y al rendimiento laboral, siendo el 86% restante explicado, según académicos de la Universidad de Wurzburg e INSEAD, por los avances en la eficiencia termodinámica, en otras palabras, por los avances derivados de la innovación energética.
El argumento central de Rifkin es que nos hallamos ante una Tercera Revolución Industrial en donde el centro es el Internet de las Cosas («IoT» por sus siglas en inglés). El internet que ha revolucionado la comunicación y la información junto con la movilidad está ya dando paso a las interconexiones vía sensores entre cada vez más cosas físicas, creando información que hasta ahora no existía (información «orgánica» en palabras de Roberto Rigobon del MIT) y que permiten explorar patrones de comportamiento o perfeccionando el seguimiento de procesos.
Es una economía que, siguiendo los pasos fundacionales de internet, es de código abierto, en lucha abierta contra la propiedad intelectual y donde el «copyleft» se enfrenta al «copyright». Una realidad cada vez más evidente con la aparición de las primeras impresoras 3D que permiten la producción deslocalizada y a escala cada vez más horizontal. Los «fab labs» convivirán con las grandes fábricas o centros de producción de la empresa tradicional. Sectores como la educación, donde buena parte del producto es intangible, esto es, conocimiento, tienen ya una competencia real en los MOOCs («Massive Online Open Courses»), que permiten democratizar y extender una formación de calidad importante a millones de personas desde cualquier lugar y a coste cero o casi cero. Porque la base de esta nueva forma de economía distribuida es que los costes de producción son casi cero excluidos costes de inversión inicial, y su facturación global hace que incluso los costes iniciales se absorban con rapidez. Rifkin opina que se puede crear una sociedad de abundancia, frente a la filosofía de economía de la escasez que domina al modelo de empresa privada capitalista.
El elemento clave de la nueva economía es la necesidad de construir una infraestructura que permita liberar el poder creativo del IoT. Se están librando de forma soterrada batallas para definir el nuevo campo, donde aspectos como la «neutralidad de la red», la estandarización de protocolos de comunicación, o la infraestructura de comunicaciones para soportar una gigantesca WIFI global están enfrentando a los nuevos actores ya beneficiados (Google, Apple, Facebook, Amazon, ….) con las empresas establecidas (compañías de comunicaciones, energéticas, ….)
No está exenta de amenazas esta nueva fase en la que ya ha entrado sin remisión la Humanidad: amenazas como el ciberterrorismo o la perdida de la privacidad son factores que pueden hacer que las empresas establecidas y los estados pretendan un control más centralizado de la infraestructura en favor de intereses más o menos legítimos.
En este contexto, parece inevitable, a medio o largo plazo, una reducción importante del trabajo asalariado continuo como lo hemos conocido durante el siglo XX. Una parte creciente de la población mundial trabajará y vivirá de la sociedad de coste marginal casi cero. Ya estamos viendo cambios en el comportamiento a favor del acceso a los bienes en lugar de la propiedad (AIRBNB, Uber, …) Los impactos sobre los patrones de consumo y comportamiento son tan formidables que no podemos sino admitir que es una auténtica Tercera Revolución Industrial, con consecuencias sociales y políticas que ya empiezan a visibilizarse. Una de las consecuencias más inmediatas está siendo el incremento de las desigualdades, trabajadores del conocimiento versus los menos cualificados, o los nuevos monopolios que explotan el procomún de internet versus las compañías tradicionales o incumbentes que protegen sus modelos de negocio ante la gran cantidad de costes fijos o de inversión pendientes de recuperar.
Este no es un libro pretendidamente político, sin embargo es fácil conectar sus propuestas y conclusiones con un cierto resurgir de modelos alternativos al sistema capitalista y de economía de mercado que ha triunfado y sigue liderando el desarrollo económico a nivel mundial. Dejo a los lectores que saquen sus propias conclusiones. Pero sí me quedo para mí que las propuestas de economía colaborativa que Rifkin relata y propone están sustentadas en los avances de la iniciativa privada que sustenta la economía de mercado. No podrían existir si no fuese por los avances basados en la iniciativa individual, en el marco de facilitación que crea la expectativa de retorno sobre el capital invertido. Por ello, hablamos de una coexistencia, uno más de los difíciles equilibrios a los que se encuentra sometida la Humanidad en los albores del siglo XXI.