«La ruta del conocimiento» («The knowledge map» en el título inglés) es un libro de la escritora e historiadora británica Violet Moller, que traza la evolución del conocimiento científico entre los siglos V y XV d.C., considerada como la «Edad de la penumbra» (término que conocí de Catherine Nixey en su libro homónimo). Este es un período donde las religiones teocráticas y sus creencias se impusieron a la razón y al incipiente método científico, ya descubierto por los griegos y desarrollado posteriormente en la época romana, sobre todo en el Imperio de Oriente.
La tesis fundamental del libro «La ruta del conocimiento» es que dicho período fue un período de tránsito y conservación de conocimientos científicos existentes.
Pero también fué de florecimiento de las artes y las ciencias en la época dorada musulmana (pensemos en descubrimientos como el álgebra, de Al-Juarismi, 825 d.C), que decae, más rápido en Occidente que en Oriente, por el predominio y mejor adaptación de la religión cristiana a las ideas renacentistas que abrieron el paso a la ilustración, a la revolución industrial y a las ideas liberales siglos más tarde. Sin ir más lejos, la Córdoba de hoy es un pálido espectro de lo que debió ser en plena época califal.
El libro, dice la autora, razona que no solo las ideas dan forma al mundo, sino que la ciencia y la tecnología a su vez dan forma a las ideas. Hoy sabemos que el aparente conflicto entre las humanidades y las ciencias es artificial, por más que en colegios y en universidades se esfuercen en parcelar de la elección de los estudiantes. Las ideas no operan en el vacío del abstracto, sino en la vida diaria de las personas, y las aplicaciones de los conocimientos científicos y tecnológicos modelan inevitablemente el curso de las ideas.
Hoy todos deberíamos ser conscientes de que el conocimiento científico-tecnológico está conectado con las ideas (pensemos por ejemplo en la ética de la inteligencia artificial y en lo que debe o no hacerse) y, sin embargo, hubo un tiempo donde los descubrimientos científicos surgieron de la más íntima observación de la naturaleza por parte del hombre. El mundo de las ideas era un mundo de mitos y explicaciones sobrenaturales sobre todo aquello que no comprendía la razón humana.
En la «Ruta del conocimiento» Violet Moller traza de forma primordial el tránsito de las obras matemáticas contenidas en los «Elementos» de Euclides, el «Almagesto» de Ptolomeo y los múltiples escritos sobre medicina de Galeno, obras que vieron la luz en los siglos entre los siglos IV a.C. y II d.C, y que tuvieron su particular travesía durante esos 1000 años en su supervivencia por ciudades que fueron faro del conocimiento científico en este período de la Historia. Lógicamente, hay muchas otras, pero la autora selecciona Alejandría, Bagdad, Córdoba, Toledo, Salerno, Palermo, Venecia.
Ciudades donde las matemáticas, la observación de los astros, la interpretación del mundo físico, o la medicina, fueron evolucionando. Curiosamente, muchos de los principios euclidianos siguen hoy vivos (quizá porque las matemáticas se asientan sobre premisas exactas sobre las cuales se construyen nuevos fundamentos que parten de axiomas y teoremas previos), pero la interpretación del medio físico y de la persona en el mundo ha cambiado diametralmente (la Tierra ya no es el centro del universo) y no digamos el conocimiento del cuerpo humano (la Iglesia prohibió durante siglos la exploración del cuerpo humano en los cadáveres). Observación, razonamiento, prueba, error.
Durante este período, los libros fueron copiados a mano (los soportes de la época como el papiro o papel animal se deterioraban con el tiempo). Además, el proceso de traducción a la lengua dominante en cada época necesitó de esfuerzos impresionantes para que obras originalmente escritas en griego o en árabe fueran traducidas al latín (lingua franca) predominante al final de la Edad Media.
Todo cambia a partir del siglo XV con la llegada del pensamiento renacentista (recuperación de pensamiento clásico, privilegiando la razón y recuperación y evolución del método científico), con la llegada de la imprenta y la democratización del pensamiento ilustrado, al alcance de una población cada vez mayor, que accede a la lectura, a la reflexión y al pensamiento crítico.
Esta lista de ciudades tránsito del conocimiento científico se detiene precisamente en Venecia, cuna del comienzo del mercantilismo, que con su estatus de república independiente es posiblemente uno de los primeros faros de expansión del conocimiento y del concepto moderno de economía y finanzas. Italia fue el germen del comercio a escala internacional, de la banca, y por supuesto de la cultura.
Quizá uno de los atractivos del libro «La ruta del conocimiento», más allá del rigor histórico con que la documentada autora narra este viaje, está en especificar los atributos de esas ciudades que albergaron el conocimiento científico en la Antigüedad, a saber: estabilidad política, personas con talento, suministro regular de textos, tolerancia, aceptación de étnicas y religiones distintas.
Este punto conecta este libro de historia con el mundo de hoy. ¿Dónde está el conocimiento científico hoy, donde se ubica, como se genera, cómo se transmite o incluso cómo se aplica? ¿Cómo influye el conocimiento científico en la sociedad, en el progreso económico, en las ideas, en la felicidad y en la gente?
- El conocimiento científico pasó desde centros dispersos y desde las sociedades creadas sobre todo por el mundo anglosajón a partir de su imperio británico, a universidades, empresas, centros de conocimiento públicos o privados en la actualidad. La investigación, la ciencia aplicada y su traducción en distintas tecnologías que influyen en la la vida diaria se han unido para avanzar al ritmo más vertiginoso de la historia. Esto ocurre sobre todo en los lugares donde se dan las condiciones que arriba se especifican.
- El conocimiento científico y la acumulación de talento de hoy tiene fuertes refuerzos positivos, lo que quiere decir que «conocimiento atrae conocimiento» y que no es fácil saltar escalones si no se cuidan las bases y los atractivos que permiten que el talento requerido florezca (es referencia obligada la continua mención a este punto de los profesores Andrés Pedreño y Luis Moreno en su último libro «España en la nube» y que reseñé aquí). Por ello, yo uniría a la estabilidad política en el sentido de ausencia de conflictos que afecten al devenir pacífico de la población, la necesidad de políticas públicas efectivas que favorezcan el talento que promueve el conocimiento científico y su aplicación).
- El suministro regular de textos tan importante en el conocimiento científico del pasado ha dado paso a la biblioteca imposible que hoy es internet y las redes sociales. Pero no todo lo que hay es relevante, o incluso cierto. El pensamiento crítico es hoy un atributo imprescindible cuando se habla del auténtico talento.
- Precisamente el conocimiento aplicado y su plasmación en iniciativas emprendedoras se ha convertido en un elemento indispensable para la retroalimentación de ese conocimiento, porque éste no opera en el vacío sino a través de su aplicación práctica. Hoy el mundo no lo están cambiando empresas del siglo pasado, sino proyectos que germinan en pocos años, o fracasan.
- El conocimiento científico aplicado y entendido como nuevas formas posibles de alimentarse, trabajar, desplazarse, producir o entretenerse influye en las vidas de las personas porque ofrece oportunidades. Si la tecnología entendida de esta forma amplia es imparable, es mejor estar con ella que contra ella. Las ideas de una sociedad y las políticas alrededor de una filosofía de acción de cómo usar la tecnología determina un tipo de sociedad u otra.
¿Existe la estabilidad política y social para que el conocimiento se desarrolle en un mundo de ideas abiertas, con tolerancia hacia las opiniones diversas que buscan caminos hasta que se encuentran, en un mundo donde la información no es un problema, sino la selección de la información relevante y los procesos para mantener vivo el juicio crítico?
¿Aprovechamos la contribución de personas de etnia, raza, o simplemente género distinto?
La respuesta a esas preguntas determina si se está favoreciendo el auténtico conocimiento científico y sus derivadas, o no.