La marcha atras de la globalización

Parece que el mundo se ha embarcado en una marcha atrás de la globalización a tenor no sólo de los titulares de prensa, sino de múltiples acciones que vemos en los dirigentes políticos en varios países.

Pero primero vale la pena detenerse en qué es y significa la globalización
Quizá una buena forma de definirla la dió el periodista estadounidense Thomas Friedman en su libro «La tierra es plana» (2006) usando una metáfora del mundo «como un campo de juego aplanado en lo relativo al comercio, en el que los competidores tienen igualdad de oportunidades.» Años antes Francis Fukuyama en «¿El fin de la Historia?» (1992) pensaba si «…hemos llegado al final de las luchas ideológicas con el capitalismo de mercado como principal motor del progreso a través de la globalización,…». Por supuesto, en favor de las potencias adaptativas y dominantes como EEUU.

La verdad es que la globalización va mucho más allá de las redes de comercio y la teoría económica. La globalización es una forma de pensamiento. Una forma de entender el lugar de cada cual en el mundo. 

La globalización no tiene fecha de nacimiento, por ser un fenómeno multipolar, gradual y difuso que se va concretando en aspectos como la política exterior de los países, el movimiento de personas, mercancías y capitales, o el acceso al final a esas «cosas» que no se generan o se producen el entorno de lo que llamamos nuestro país, nación o estado. La propia construcción de la UE es un fenómeno de globalización desde lo nacional hacia lo regional, con el objetivo de coordinar esfuerzos para situar a Europa mejor en el mundo. 

Aunque la globalización tiene unas manifestaciones económicas, la base real de la globalización es el deseo primario de las personas por mejorar intercambiando, y de hecho la globalización en los últimos 50 años ha coincidido con el mayor periodo de progreso con menos conflictos armados a nivel mundial (no es que no haya habido guerras, pero han sido más locales, para desgracia de a quien le ha tocado). Ello es así porque la globalización implica un multilateralismo o capacidad y el deseo de cooperar y resolver conflictos y tender puentes. A todos nos gusta acceder desde nuestro ordenador o en nuestras tiendas locales a productos de todo el mundo, o si es posible viajar o estudiar en otros países, o expandir nuestro negocio vendiendo al exterior o desarrollando nuevos negocios en otros países. Lo llevamos algo peor cuando nos llega un turismo que no queremos o inmigrantes que quitan puestos de trabajo, o productos que se venden por debajo de como producimos, o perdemos el trabajo porque una multinacional ha decidido producir en otro país.  

Sin embargo, ahora la globalización está en entredicho y quizá el mejor exponente fue Trump con las políticas proteccionistas de su «America First». Y es que cuando se ve el mundo como una tarta a repartir, entonces la globalización ya no interesa tanto. 

La situación de EEUU, de Reino Unido con el voto Brexit o la aparición de los populismos con propuestas mesiánicas son el resultado de la desigualdad económica que ha puesto de manifiesto la globalización. Esta desigualdad no sólo ocurre entre países sino además dentro de las propias sociedades nacionales. A través de la globalización y de la profusión de los nuevos medios de comunicación, los efectos negativos de la globalización son más evidentes creando un caldo de opinión favorable a la localización. 

La globalización implica deseo de cooperación y no es colonialismo. El colonialismo es la imposición de estandares y prácticas que una parte dominante impone al resto. La globalización implica una reciprocidad, unas reglas con cierta justicia, un marco predecible donde se establecen las normas y una aceptación de las mismas creando confianza. La distinción entre globalización y colonialismo es muy sutil, y una buena prueba de ello son las presiones que la Unión Europa está sufriendo para alinearse con EEUU en contra de la creciente invasión económica de los estándares de China por ejemplo en el caso de la tecnología 5G de Huawei. 

Precisamente la interconexión de ha permitido la globalización es el eslabón débil de la situación actual. Las llamadas cadenas de valor globales implican que muchas compañías, tanto si venden local o globalmente, tienen sus procesos divididos en varios países conectados a través de procesos logísticos que se cortocircuitan cuando acontecen eventos como guerras comerciales o como el reciente virus Covid-19. De repente el mundo no es plano, sino que las montañas existen, haciendo que miremos en corto. 

La crisis del Covid-19 también va a plantear retos sobre la forma en que se abordan las respuestas de estado. Estados autocráticos como China pueden imponer medidas con una velocidad y dureza mayor de la que es posible en sistemas democráticos (extracto el blog Bruegel aquí)

Fuente: blog Bruegel

Esto implica una tendencia a los mundos pequeños y a una endogamia en contraste con la globalización que se desprende de internet. Internet es aún relativamente global, al menos en Occidente, aunque hay varios países que han regionalizado su internet, como es el caso de Rusia o China, que tienen sus propios buscadores como Yandex o Baidu. De la misma forma, en estos países el acceso a las redes sociales y otras apps de Occidente (sobre todo de EEUU) están vetadas y han desarrollado sus propios monopolios. Al menos una buena parte de la información que circula por internet es global aunque «priorizada» por los algoritmos de las plataformas que dominan la navegación. Estos mundos pequeños, unas veces regionales, otras veces locales, son cada vez menos compatibles con la globalización que empieza a decaer de forma decidida tras la llegada de Trump al poder. 

Estos mundos pequeños, en tanto cuestionan la tabla rasa y competitividad que aporta la globalización, sin duda serán menos eficientes en el corto y en el largo plazo. En el corto, la desglobalización supone una cierta vuelta a la autarquía económica, y eso no se lo pueden permitir todos los países a menos que admitan incrementos de precios o reducción de los beneficios en sus empresas. Si se protege al productor local con un precio más caro que el internacional, el precio final al consumidor subirá o se reducirá el beneficio del vendedor. En el largo plazo las políticas de subsidios no generan la transformación necesaria de los negocios (o de las personas) para evolucionar.  Si a los agricultores españoles se les blinda su cuenta de resultados será a costa de una subida de precios en supermercados o de una compresión de los márgenes de la cadena más allá de los agricultores. A menos, que no es el caso, que el gobierno ofrezca subsidios directos suficientes a los agricultores, lo que está al margen de sus posibilidades por los compromisos de la PAC europea (Política Agraria Común). Si se usan los subsidios hay que ligarlos a incentivos de cambio, porque un subsidio sólo consigue tiempo, y este se acaba. 

Hay otra teoría alternativa que justifica la desglobalización porque defiende que el sistema actual es tan desigual que crea «externalidades» en materia de riesgos para la sostenibilidad del modelo socio-político. Las externalidades son los efectos colaterales de la globalización y es hoy un término muy usado cuando se habla de las consecuecias del cambio climático. Las externalidades son en suma las contingencias o riesgos no cuantificados en los modelos económicos de la globalización que hacen más frágil el entorno general, generando un riesgo sistémico de ruptura o involución. 

Ya hemos visto los resultados de la localización y el pensamiento endogámico a lo largo de la Historia. La vuelta a la localización en la era de la tecnología del siglo XXI es mucho más peligrosa que las sociedades localizadas de los siglos precedentes porque la tecnología es un acelerador de eficiencias y de ineficiencias. En otras palabras, vivimos etapas de progreso acumulativo para los ganadores, y de regreso acumulativo para los perdedores. Por supuesto, está en la mano de los estados revertir esa situación con sus políticas y posiblemente estamos en la antesala de muchas medidas que veremos (la crisis originada por el Covid-19 va a ser una buena oportunidad de demostrarlo). Tampoco sabemos si tras un tiempo la humanidad vivirá mejor o peor. Lo que sí sabemos es que durante la etapa de globalización, el mundo en general ha progresado en general hasta los niveles más altos en su historia. 

2 COMENTARIOS

  1. Buena reflexión. Yo iría un poco más allás, creo que hemos entrando en un modelo económico de rendimientos decrecientes. Los límites de la biosfera marcaran el ritmo del decrecimiento, y por lo tanto, el colapso.

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Enrique Titoshttps://www.elalcazardelasideas.es/
Enrique Titos Martínez, (Granada, 1960). Casado y padre de 4 hijos. Economista graduado en UAM Madrid, postgrado en IESE Business School y en Kellogg Business University (EEUU). Ha desarrollado una trayectoria directiva en seis grupos financieros, el último en Barclays Europa y siempre relacionado con áreas financieras, de tesorería y seguros. Actualmente realiza consultoría e inversiones en proyectos relacionados con cambio de modelos de negocio por razón de la tecnología, tras reorientarse con cursos sobre Fintech y Criptomonedas en el MIT, formaciones digitales y de consejos de administración en The Valley DBS y Escuela de Consejeros. Es Consejero Asesor en la empresa Fellow Funders, Consejero Independiente de QPQ Alquiler Seguro SOCIMI y promotor de Consejos Asesores de Innovación Abierta (CAIA) en compañías establecidas como CASER Seguros. Miembro del Consejo Académico de la Fundación Fide, Director del Grupo Dinero Digital y Sistemas de Pago de Fide, Jurado de los Premios Knowsquare y fundador del Club de Lectura Know Square, y del Cineforum Mensajes de Cine.

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