Hay un trasfondo profundo en la España vacía que va más allá de la despoblación del campo, que lleva produciéndose desde hace más de cien años en muchos países desarrollados. El vaciamiento de los espacios rurales y la aglomeración en las ciudades es un signo de tiempos de cambios económicos, donde la agricultura pierde peso a favor de la industria y los servicios. La concentración favorece las economías de escala y el crecimiento en zonas urbanas o periurbanas y afecta a todos los países desarrollados.
La España vacía tiene una connotación geográfica que abarca la zona mesetaria de los alrededores de Madrid, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Aragón, Extremadura y parte norte de Andalucía. En estas zonas que suman el 85% del territorio nacional vive el 55% de la población.
Pero la España vacía es además un sentimiento que parte de lo que se ha escrito y lo que se siente, porque generaciones que hoy viven en las ciudades tienen todavía una conexión con sus pueblos de nacimiento o infancia. Los españoles ganamos movilidad a partir de la revolución industrial de finales del siglo XIX y sobre todo a partir de 1959, año en el que comienza lo que el libro de ensayo “La España vacía” de Sergio del Molina califica con el nombre de El gran Trauma, la migración interior masiva desde los pueblos y capitales de provincia hacia las grandes capitales y sus cinturones de acumulación como Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla.
Sergio del Molino tiene en su haber el dotar de significado a la España vacía – ver Wikipedia – a través de su libro, que desde su publicación en 2015 no ha dejado de ser objeto de atención política, de forma que el gobierno actual incluso desarrolla sus políticas a través del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
La España vacía por tanto interpela a muchos españoles porque muchos tenemos raíces en esos pueblos o capitales pequeñas, nos sentimos huérfanos de nuestro origen donde ya no vivimos y, sin embargo, todavía extraños donde normalmente habitamos. Muchos luchan por dar un sentido a su vida en los pueblos cada vez más envejecidos de la España Vacía, objeto de codicia política por el valor de los votos provinciales en las decisiones sobre la política nacional. Pero poco consiguen las plataformas más conocidas y reivindicativas como Soria Ya, Foro Zamora o Teruel Existe. Todas ellas se integran de alguna forma en la plataforma más amplia La España Vaciada.
Son los partidos nacionalistas quienes mejor capitalizan el voto de los olvidados de la España vacía, y el libro de Sergio del Molino traza una interesante coincidencia con los feudos tradicionales del carlismo y los movimientos separatistas de hoy, contrarios a la idea de una España unificada. Representan una huida hacia el futuro partiendo de un pasado fundado en mitos romanticistas.
Quizá la España vacía es en parte una consecuencia de la globalización y de la sociedad líquida que bautizó Zygmunt Bauman y, por tanto, un terreno fértil a la manipulación por el desencanto de sus habitantes. Además, no es factible acometer inversiones atractivas de tamaño suficiente para contener la marea de refugiados hacia las grandes ciudades, de la misma forma que es irreversible el descenso de las tasas de natalidad en sociedades desarrolladas. Ni siquiera la pandemia del Covid-19 ha conseguido invertir la tendencia del vaciamiento interior de España, ya que las raíces del despoblamiento son profundas, y si cabe, regadas a lo largo del tiempo a través del desmantelamiento de la agricultura como consecuencia de los acuerdos de ingreso en la Unión Europea.
El problema de la España Vacía es que nunca estuvo llena, y, por tanto, más que rellenarla habría que llenarla. Además, es muy poco lo que conocemos, a nivel escrito, de la España vacía, y pareciera que la literatura española de la época democrática deseara cerrar la página de un pasado de atraso y pobreza impropio de un país europeo. Si acaso libros como “Lluvia Amarilla”, de Julio Llamazares, sobre la soledad en las montañas pirenaicas, o títulos de cine como “Los Santos Inocentes”, sobre el atraso en las Hurdes de 1950. Retratan una España estereotipada, despoblada y pobre, que continúa desangrándose con la pérdida de sus moradores.
“La España vacía” de Sergio del Molino es un libro casi irreseñable porque no es posible glosar con justicia su capacidad de escribir prosa hilando referencias históricas y costumbres que solo un obsesivo lector que ha pateado los pueblos y las ciudades puede hilvanar con una narración tan cuidada. Creo que los españoles tienen que leer La España Vacía para comprender este agujero mesetario en esta nueva dimensión de la España que escribió Ortega y Gasset – esta, invertebrada – en 1921.
“La España vacía” se compone de varios capítulos que tejen características autóctonas de nuestra idiosincrasia e historia. No faltan las referencias al famoso hidalgo de la Mancha con su loca admiración de la fealdad de Maritornes, la hostilidad y el rechazo de los pueblos a la ciudad, atribulados ante la complejidad actual; el fracaso de las políticas franquistas para alcanzar el desarrollo fuera de las grandes ciudades y sus cinturones a través del Patronato de Misiones Pedagógicas, las dificultades para mantener el legado cultural en las zonas vacías con un turismo insuficiente, la leyenda negra de las míticas Hurdes, o la importancia del poco conocido Calomarde – mucho más conocido es el Fouché de Stefan Zweig – en la consolidación del carlismo, el mayor enfrentamiento entre españoles antes de la Guerra Civil, que está en la base del modelo social y político en el País Vasco, Navarra, Cataluña y parte de Aragón.
“La España vacía” de Sergio del Molino ha sido traducida a varios idiomas, incluyendo el alemán, italiano y chino. Ha despertado interés porque ayuda a conocer España más allá de las ciudades más turísticas y las costas españolas. Pero quizá también porque en el fondo muchos países tienen en su trastienda la asignatura pendiente de aceptar el cambio de la vida rural por la vida urbana. Después de todo, el éxodo masivo a las grandes ciudades es algo que sucede desde hace dos o tres generaciones, y aún menos en China.
Un libro sobrevalorado que no aporta nada más que un diagnóstico bien escrito sobre la despoblación en España. Si quieres leer algún libro que si aporta ideas y se arriesga a tratar de entrar en el terreno de la innovación, te recomiendo que investigues el trabajo de Jaime Izquierdo.
Gracias Jorge, lo leeré con interés y más viniendo de tí. El libro de Sergio no aporta ideas porque no ha sido concebido para ello, pero si explica muy bien qué es la España vacía. De hecho, en el ministerio me explican que para ellos ha sido importante de cara a desarrollar políticas, que ya sabemos, no van a ninguna parte y son parte de la artillería electoral. Pero sí es bueno que los que estáis sobre el terreno realicéis propuestas, como además sé que estáis haciendo con mucho conocimiento y visión.
La despoblación es uno de los fallos del Estado más flagrantes que existen. Desde la política todavía no han comprendido en que consiste el problema, y la gravedad del mismo, y solo lo entienden como un caladero de votos facilitos (siempre prometen para no cumplir nunca nada). Desde la Administración, solo hay burocracia y redes clientelares en el mundo rural, que son los que matan casi todas las iniciativas.