Hay muchas cuestiones que perturban en el mundo de hoy, y como se dice, las hay más públicas, mientras otras ocurren más bien bajo el radar del debate en los medios generalistas. No por ello son menos importantes. Se trata de la creciente fragmentación de internet y de la dependencia tecnológica a través del panóptico digital, asunto que debería preocupar mucho a los europeos.
La evolución de la guerra de Ucrania, el invierno que se avecina con restricciones energéticas no vistas en décadas, la subida de los precios, o una más que posible recesión de duración incierta. Todo ello ha ocurrido en medio de una creciente tensión geopolítica, sin duda la mayor que vivimos desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Son preocupaciones explícitas, que todos sentimos en mayor o menor medida.
Menos evidente para la generalidad de la población son los efectos de la fragmentación del espacio digital que representa internet, ya insustituible en la vida de ciudadanos y empresas en todo el mundo, especialmente en Occidente, acelerado por la pandemia covid-19. La tensión geopolítica entre países tiene su influencia en esta fragmentación.
¿A qué se debe la actual fragmentación del espacio digital en el mundo? Lo trato de explicar hoy en @LaVanguardia pic.twitter.com/dX2qhrEbaz
— Daniel Innerarity (@daniInnerarity) October 15, 2022
Internet se concibió como un protocolo universal de identificación e intercambio de información y como tal ha vertebrado el mundo de los datos y de su movimiento a nivel mundial, especialmente desde principios del siglo XXI. A ello han contribuido de forma clave las BigTechs norteamericanas y chinas, constructoras de los distintos ecosistemas de productos y servicios digitales.
Apple como un fabricante clave de dispositivos de acceso y del sistema operativo IOS, junto con Android de Google/Alphabet dominan las apps mundiales. Google/Alphabet domina la navegación y las búsquedas a través de Chrome. Meta como creador de las principales redes sociales, entre ellas Whatsapp, instagram, Facebook. Amazon como artífice de la mayor tienda mundial online y como inventor y principal proveedor de servicios en la nube o cloud computing. Podríamos seguir con múltiples compañías como Microsoft, Qualcomm, Nvidia, Intel, cada de ellas una dominando su parcela respectiva dentro de la cadena de valor de los procesos digitales.
Sin embargo, desde 1999 China decidió estratégicamente no depender de los servicios digitales norteamericanos y creó la muralla china digital con los gigantes Baidu, Alibaba, Tencent y Huawei como homólogos chinos de las compañías digitales norteamericanas. En la práctica, estas compañías han construido una intranet china en el mundo del internet global, dominando por supuesto el mercado chino al cual difícilmente acceden las plataformas occidentales, y además, cada vez más intentan extender sus servicios fuera del territorio chino, creando una especie de internet paralela, aún más inmersiva gracias al sistema de superapps, una característica diferencial de China que no ha llegado a Occidente. Rusia tiene sus servicios equivalentes con el buscador Yandex a la cabeza.
La fragmentación se produce porque los gobiernos pueden decidir eliminar o filtrar el tráfico que proviene de internet a través de los grandes servidores de acceso de datos del país. Esta acción no implica cambios técnicos en los protocolos de comunicación, aunque China está proponiendo un nuevo estándard de Huawei. Si China desarrollara este protocolo al margen de la International Telecommunication Union, agencia responsable de estandarización en la ONU, la fragmentación sería aún más definitiva.
En el mejor de los casos, estos jardines vallados actúan como limitaciones del internet global que concibió Tim Berners Lee en el siglo pasado.
Aunque los efectos finales de la fragmentación creciente están por ver, la creación de jardines vallados generará una reducción de los intercambios entre los distintos países, un golpe más a la globalización. Si se reducen los intercambios, la escalabilidad de los modelos se reducirá, disminuyendo su rentabilidad y, por tanto, las expectativas de mejoras e innovaciones.
Sin embargo, el problema no es solo la fragmentación de internet, sino la propia dependencia tecnológica de las BigTechs. Esto está ocurriendo como consecuencia del poder de mercado que ostentan, que según varios estudios está reduciendo la capacidad innovadora de las startups por las limitaciones que imponen las BigTechs. Pero esto no solo afecta en el ámbito de la competencia entre empresas, sino que tiene un impacto directo en la economía de los países, y a la relación entre los países y las BigTechs. Las relaciones de poder en internet crean una estructura de panóptico con una fuerte centralidad que domina la periferia.
Sin ir más lejos y por varias razones, la Unión Europea ha sido un cliente sumiso de la industria tecnológica digital norteamericana y la dependencia de las multinacionales digitales es evidente en varios campos, y de forma crítica, en los servicios de computación en la nube.
Solo tres compañías, Amazon, Alphabet y Microsoft proveen el 65% de los servicios mundiales en la nube, que albergará el 45% de todos los datos digitales (el resto quedará en servidores locales) en 2025.
La oferta de servicios de cloud computing permite a estas compañías obtener rentas intelectuales al observar lo que otras industrias desarrollan en sus nubes. Por ejemplo, la compañía alemana Siemens depende críticamente de AWS en el uso de IA aplicado provisión de equipos de tecnología médica, logística, o energía, campos en los que es líder.
La computación en la nube actúa de facto como cajas oscuras para clientes como Siemens, que no pueden acceder al código. Y las economías de escala del cloud computing refuerzan la posición de dominio de los grandes proveedores, cuyos costes marginales siguen bajando conforme computan más datos. Disfrutan de una ventaja que se retroalimenta y amplifica.
Europa trata de contener el dominio de las grandes tecnológicas norteamericanas a través de propuestas regulatorias como la Digital Market Act, una norma que establece obligaciones para los gatekeepers de internet, pero no está claro en la práctica qué capacidad de presión política tendrá contra grandes compañías digitales norteamericanas.
Igualmente Europa trata de desarrollar una nube europea a través de GAIA-X, una iniciativa de nube federada liderada por Alemania y Francia, que albergue y compute datos que residan bajo el control exclusivo de organismos de la Unión Europea. No obstante, la arquitectura y los desarrollos en la nube promovidos por Estados Unidos y China llevan muchos años de ventaja tecnológica a este proyecto.
Esta dependencia tecnológica de internet y de los servicios digitales se convierte en una nueva arma de presión política, que se une y complementa a la influencia económica a través de la geoestrategia monetaria. El acceso a internet desde Ucrania o desde Irán a través de Starlink es una buena prueba de cómo la política exterior estadounidense puede influir en otros países. El dominio de internet y sus adyacentes se convierte así en parte del arsenal de que sobre todo países como Estados Unidos o China pueden usar en política internacional.
Parece que vayamos a un mundo de panópticos vallados, aunque quizá ya estamos en él y aún no lo sabemos.