La globalización es comprar desde el apartamento de Lisboa en el que paso unos días de vacaciones una caja de galletas búlgaras a través de Amazon con un ordenador hecho en China y diseñado en Alemania (integración comercial). Y, al mismo tiempo, comprar participaciones de un fondo de inversión de una gestora francesa a través de un banco inglés (con accionistas de todas las nacionalidades) que invierte en bonos emitidos por empresas y gobiernos de Asia (integración financiera). Todo voluntario, todo con un impacto positivo en mi nivel de vida, mejorando la eficiencia productiva y ampliando las opciones de consumo. Ayudando a sacar de la pobreza a grandes segmentos de la población. Estas son las principales conclusiones del artículo recientemente publicado por el BIS en su informe anual y cuya lectura recomiendo https://www.bis.org/publ/arpdf/ar2017_6_es.htm
Pero es obvio que la globalización también genera problemas, como un aumento de la desigualdad y una mayor vulnerabilidad de las economías a las crisis financieras internacionales. Del segundo efecto hemos tenido un claro ejemplo desde 2008. El primero es el que más impacto ha tenido sobre la opinión pública y el que explica, entre otros motivos, el auge del populismo a ambos lados de la escala ideológica. La renta nacional aumenta con la integración comercial y financiera, pero las ganancias no se distribuyen de forma uniforme, sino en función de la cualificación y de la localización geográfica. Así, la mano de obra cualificada de las economías desarrolladas y la no cualificada de las emergentes obtiene una mayor parte del aumento del beneficio en detrimento de la no cualificada de las economías desarrolladas. He aquí la explicación del descontento con la globalización de ciertas capas de la población de ciertos países. Si además tenemos en cuenta que este proceso conlleva un aumento de la inversión en capital, este factor productivo obtiene una mayor proporción de la renta, generándose dividendos a sus accionistas, normalmente las rentas más altas.
Pero dar marcha atrás en el proceso de globalización (como en el de innovación tecnológica) sería un error. Lo correcto es buscar mecanismos para mitigar los efectos negativos. Por ejemplo, conseguir mercados laborales y de productos más flexibles. Fomentar la adaptabilidad, la formación y el reciclaje profesional. Además, conseguir sistemas financieros más resistentes y, por último, y sin duda para mí el más importante, igualar las condiciones tributarias entre todos los países para de esta forma conseguir una correcta y justa redistribución de la renta. Aprovecho para copiar de forma literal una frase con la que estoy muy de acuerdo: “cierto grado de desigualdad en la distribución de la renta derivada de la recompensa del esfuerzo puede contribuir al crecimiento, al generar incentivos para la innovación, pero una desigualdad elevada parece perjudicar el crecimiento y ha restado apoyo público a la globalización”.