Hace unos pocos meses la empresa OpenAI sorprendió al mundo con el lanzamiento de ChatGPT, una inteligencia artificial con dos propiedades clave: es generativa y ofrece respuestas de calidad, siendo capaz de batir el juicio humano de forma convincente, incluyendo complicados exámenes para obtener titulaciones. Además, es accesible a cualquier público a través de lenguaje natural, sin necesidad de conocimientos de programación (el hecho de que un lego en la materia escriba al respecto ya es sintomático).
En suma, el salto que ha dado ChatGPT le permite ser capaz de crear autónomamente ante peticiones y habla directamente con los usuarios, en lugar de ser un producto de una gran corporación (del estilo de Watson de IBM) que luego se vende al público a través de otras corporaciones. La IA generativa es un paso decisivo que nos acerca a la IA general, que supone capacidad creativa de las máquinas, interactuando entre ellas, sin ningún estímulo o petición humana.
Es difícil subestimar el poder transformador de este salto de la IA generativa y cada día aparecen nuevas funciones y apps, porque puede transformar todos los sectores a lo largo de un tiempo razonablemente corto, disminuyendo los costes, cambiando la experiencia de las personas con la tecnología o creando nuevas formas de ingresos. De forma muy importante, están dando a las personas nuevas formas de crear, con ayuda de la IA generativa, actuando como un aumentador de capacidades.
Muchos trabajos desaparecerán y otros surgirán (de momento uno de los más solicitados es ser creador de prompts), pero los efectos de la IA generativa van más allá del impacto laboral. Si la IA generativa es capaz de crear contenidos que replican o mejoran la creatividad humana, ¿cómo podremos distinguir su auténtica autoría? ¿Cómo y a quién se atribuye la responsabilidad de los mismos si generan malos resultados?
La palabra (y la fuerza) han sido históricamente las formas de persuasión en las cuales se sustenta el poder. Cuando los humanos hemos tenido el privilegio exclusivo de la creatividad, han sido las fórmulas de organización humana las que han regido: monarquías, aristocracia, religión, estados, empresas, medios de comunicación, han usado el poder, pero siempre bajo un control humano. Los códigos legales y normas culturales permiten la convivencia entre humanos que crean, deciden, se equivocan y rectifican. Los humanos aceptamos este marco.
¿Quién controla la tecnología de la IA hoy y quien la controlará en el futuro? Hoy son un grupo de empresas con talento y capacidad de inversión para explotar los datos de los LLMs creando los modelos y aplicaciones actuales como ChatGPT o Midjourney, Bard en el caso de Google. Microsoft trata de arrebatar la primacía a Google como buscador de internet y todas van a mejorar la funcionalidad de sus productos actuales incorporando módulos de IA generativa.
Pero sus efectos trascienden el ámbito empresarial o de consumo tecnológico para afectar a la sociedad en sentido amplio, y, por tanto, la acción política ha de dar respuestas. Por ejemplo, Italia ha prohibido el uso de IAGen en su territorio, la fundación Future of Life Institute (que cuenta en su consejo asesor a Morgan Freeman, el científico en la película «Lucy», precisamente sobre los límites de la mente humana) ha publicado el 22 marzo 2023 una petición abierta (con más de 27000 firmas a fecha actual, incluyendo Elon Musk y Harari entre otros muchos) para detener experimentos avanzados sobre IA durante seis meses para alinear la investigación con principios (sobre todo los principios Asilomar) y normas políticas de acción.
Las tecnologías digitales y las redes siempre encuentran resquicios para penetrar las fronteras administrativas de los países. En particular, la IA está ya casi masivamente incorporada en herramientas que usamos a diario, como el correo electrónico, y a futuro lo estará más. Los estados pueden legislar para contener pero sólo hasta cierto punto, y siempre a costa de privar a empresas y a ciudadanos de la parte positiva que tienen las nuevas tecnologías.
La filosofía y el pensamiento político de los últimos 100 años se ha centrado en los estados-nación, regidos por acuerdos y normas entre personas, incluyendo las que emanan de los organismos supranacionales. La propia declaración universal de derechos del hombre de 1948 puede quedar obsoleta ante la emergencia de la IA general.
Hoy la IA se usa para filtrar acceso de personas a países (identificación facial), a puestos de trabajo (requerimientos automatizados), para controlar el acceso a servicios públicos de las personas (China) restringiendo la libertad consciente. Más sutilmente influye en nuestra libertad de elección, de forma inconsciente para nosotros, a través de la creación de sesgos (nudges) a nivel individual (por ejemplo, recomendaciones de películas de Netflix, aparentemente sin intención, pero creando adicción) o a nivel colectivo.
Precisamente a nivel grupal, la IA general puede exacerbar las burbujas de pensamiento y cámaras de eco que ya existen a través de la multiplicación de contenidos que no tienen control humano, o donde no está claro cómo y quién controla su creación.
Sin llegar a la IA general, la IA actual puede influenciar regímenes democráticos a través de la manipulación informativa, como ya sucedió con las elecciones presidenciales de EEUU en 2016, que dieron la victoria a Trump con el escándalo Cambridge Analytica. Las capacidades actuales de la IA hoy incrementan exponencialmente los riesgos. De forma opuesta, refuerzan el poder de los estados tecno capitalistas como China, como se explica en el libro El gran sueño de China de Claudio Feijoo. Poco sabemos por cierto del equilibrio entre China y EEUU en esta carrera por la primacía mundial en la dimensión reciente de la IA generativa y accesible que ha detonado la empresa OpenAI.
Hoy son empresas, con más o menos empuje de sus países respectivos, con ciudadanos con talento de países líderes en estas disciplina, los que están escribiendo las reglas del juego a través de la investigación en la frontera del conocimiento. Esto genera nuevas relaciones geopolíticas, entre las naciones, de la mano de quien domina la IA. ¿Son personas como Elon Musk, que dirigen corporaciones líderes, y que tiene 3 nacionalidades (sudafricana, canadiense y estadounidense)?
Es por ello que hace falta pensamiento, filosofía rápida y precisa para entender las implicaciones y encontrar vías de acción que impidan el desarrollo desordenado y sin freno que ya se ha iniciado.
No en vano, Harari avisa que «la IA ha hackeado el sistema operativo de la civilización humana a través de la capacidad de crear historias de las computadoras.»