A Carl von Clausewitz, militar prusiano, historiador y teórico de la ciencia de la guerra, se atribuye la frase: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Combatió en las guerras napoleónicas entre otras batallas, momentos de construcción de identidades nacionales tras la convulsión creada por la revolución francesa y la expansión imperialista de Napoleón. Eran guerras sin cuartel, donde cada parte usaba sin restricción el mejor armamento disponible contra la otra.
La situación cambia tras la II Guerra Mundial con las primeras bombas atómicas. Desde entonces, las guerras no son necesariamente menos cruentas, pero los recursos armamentísticos de alto potencial destructivo tienen una finalidad disuasoria, siendo opciones que ninguna parte desea usar ya que las pérdidas de vidas y consecuencia de la escalada pueden ser incontrolables. Y ello no obsta para que conflictos bélicos hoy en día sigan dirimiéndose con una violencia inaudita.
La eclosión de las grandes corporaciones y de los intereses de Estado en un mundo cada vez más multipolar a finales del siglo XX y comienzos del presente plantea no obstante otras formas de competencia entre naciones y buena parte de las técnicas militares son de cierta aplicación en la nueva guerra: una guerra por la supremacía política y económica. Por tanto, hay una batalla soterrada por defender intereses de estado o de compañías y para ello las fronteras entre la inteligencia militar y la inteligencia “económica” se desdibujan y con frecuencia se complementan. Este tipo de guerra persigue objetivos de colonización económica e influencia política antes burdamente perseguidos a través de conflictos bélicos o de alianzas tácticas entre reinos o estados en épocas más recientes.
La inteligencia económica tiene muchas definiciones, es posiblemente más una inteligencia empresarial o business intelligence en el caso de EEUU y los países anglosajones. Los intereses del Estado son más una derivada de los intereses de sus corporaciones, si bien en el caso de EEUU los intereses de país y de sus grandes corporaciones están poderosamente alineados. Ello hace formidable el binomio, con una retroalimentación virtuosa que tiene como base la enorme financiación que la industria de defensa norteamericana proporciona a las compañías armamentísticas. Este es el origen de Silicon Valley, que en los últimos años se ha diversificado en casi todos los campos de la ciencia y tecnología convirtiéndose en el principal hub mundial de talento, innovación y emprendimiento.
En los países de Europa Continental el modelo más avanzado de inteligencia económica es sin duda Francia, donde el Estado francés, con una agenda estratégica altamente definida ya que participa en las principales compañías e industrias, desarrolla de forma activa la defensa y promoción de los intereses de sus empresas, defendiendo mercados locales y siendo activo embajador en los países donde Francia tiene intereses. Alemania tiene un modelo de intereses más fragmentado, precisamente por su estructura política federal, y sus multinacionales trabajan estrechamente con los Landers donde se ubican.
Lógicamente China tiene una dimensión colosal bajo cualquier parámetro, pero es clara la implicación de intereses del Estado chino en las mayores industrias, ya que éstas son propiedad estatal en su mayoría.
Podríamos decir que las grandes potencias comerciales y financieras tienen una estrategia de inteligencia económica de defensa de sus intereses en los mercados donde operan sus corporaciones, y ello es tanto más importante cuanto más global se ha hecho la actividad económica. La estrategia ha seguido por tanto los flujos y no es extraño que los países más activos son aquellos con mayor índice de actividad económica exterior. Las embajadas y las agregadurías comerciales y de negocios son con frecuencia palancas clave de promoción y defensa de los intereses de las empresas más internacionalizadas, sean estas grandes multinacionales o empresas de menor tamaño. Los avances científicos y tecnológicos en cada vez más esferas de la actividad económica, además, configuran una serie de capacidades necesarias a la hora de definir una estrategia de inteligencia económica.
Una estrategia ganadora es no sólo aquella que consigue abrir y consolidar mercados para el desarrollo de la actividad exterior, sino aquella que crea las condiciones en su propio mercado para que sea una referencia para la ubicación de personas y empresas que aporten financiación, talento, desarrollo de productos y, en suma, las condiciones necesarias para que las empresas decidan desempeñar su actividad desde dicho territorio. De forma no exhaustiva, debe incluir:
- creación de demanda. Tener un mercado local fuerte, rápido en asimilación, que permita el desarrollo rápido e innovador de productos.
- existencia y promoción de talento. Especialmente en el mundo de servicios, es fundamental la promoción de conocimiento a través de la educación de cara a desarrollar innovación aplicada.
- incentivos a la financiación. Si bien el capital es por definición cada vez más global, este tiende a centrarse en lugares donde los incentivos y los sistema de funcionamiento están más desarrollados. Un país que quiere promoverse como centro competitivo ha de disponer de esquemas de financiación publica y privada que incentive economías de creación de valor y empleo con perspectiva futura
- regulación y sistema jurídico/judicial eficiente. El coste de una regulación compleja puede ser un obstáculo que hay que analizar en la línea de la modernización necesaria del aparato público. La regulación es un mecanismo de protección de los intereses de las personas y empresas, pero ha de afinarse con la frecuencia apropiada para ser una ventaja competitiva. Posiblemente, nunca como ahora la agilidad y competitividad de la «cosa pública” es tan relevante de cara a la promoción de la actividad económica.
Dado que la estrategia de inteligencia económica ha de planificarse sobre ciclos temporales largos, una visión política unificada en torno a su estructuración y pilares ha de ser producto de un consenso más allá de los cambios de gobierno producto de los ciclos electorales en cada país. Podríamos decir que es necesaria una “cultura” o sustrato compartido que permita proyectar las acciones derivadas. Dado que las naciones líderes en inteligencia económica ya han desplegado sus redes de acción e influencia en un mundo donde la tecnología ha interconectado la actividad económica, no sería extraño afirmar que el país que no tiene una estrategia propia serán terreno propiciatorio para las empresas e intereses de otros países.
Es especialmente significativa la ausencia en este campo de la Unión Europea, más absorbida por los intereses nacionales de sus miembros, y especialmente de los países líderes, además volcada en la resolución de problemas como la crisis de la deuda, la falta de productividad, fragmentación económica, y más recientemente, la crisis de los refugiados.