Aprovecho este tweet de la escritora Irene Vallejo para reflexionar sobre las bibliotecas, esos espacios del alma como alguno de los que responden en el hilo las han definido, acertadamente, en mi opinión.
Al estudiar la historia del libro, he creído comprender que afrontamos un peligro mayor que las hogueras: la desidia, la indiferencia, el abandono.
Cuando deciden cerrar la #BibliotecaCentralFerrol por las tardes, nos arrebatan sigilosamente un bien ciudadano.@biblioferroltos pic.twitter.com/0VzA33gU22— Irene Vallejo (@irenevalmore) February 10, 2023
La pregunta es: ¿cuál es el futuro de las bibliotecas en un mundo cada vez más digital? Quede claro de antemano que no pretendo elaborar una teoría completa al respecto, pero sí contribuir a dar unas pinceladas, limitadas y superficiales, y quizá en buena parte restringidas a España, el país que más conozco.
El hecho desencadenante del hilo parece ser el intento de reducir el horario de apertura de la biblioteca municipal del Ferrol en un intento de contención de costes, medida a la que se oponen un número de ciudadanos, y a los cuales apoya Irene Vallejo, ya convertida en una influencer con sus opiniones desde el éxito de su obra magna “El infinito en un junco”.
Las bibliotecas públicas a las que me refiero no son las que contienen las obras clásicas o ediciones originales de textos de relevancia histórica, sino las bibliotecas municipales, rurales o urbanas, que se han convertido en las últimas décadas más en espacios de estudio y actividades sociales que en lugares de alojamiento y consulta de libros. Porque los libros están transformándose, pese a la pujanza del libro físico, en continentes literarios desmaterializados que se almacenan en esa biblioteca infinita que es la nube. Y las bibliotecas físicas han de acompañar en esa transformación.
Los libros de hoy se producen en el número que requiera la demanda del lector, en formato físico o electrónico (el libro de Irene Vallejo ya tiene más de 40 ediciones y se ha traducido en varios idiomas). Los libros hoy ya no albergan interés coleccionista por la replicabilidad infinita en papel o en bit. Si acaso hay más un interés exhibicionista.
Por tanto, el libro ha pasado de ser un objeto poco accesible a un nuevo objeto cuyo valor debería ser la transformación o impacto que produce en la persona lectora, ya con precios accesibles y disponibilidad casi ilimitada. Y por ello el valor del libro es el valor que le dan los lectores, y ese valor no se encuentra sólo en bibliotecas públicas llenas de libros, sino en actividades colectivas en torno a los libros. De hecho, cada persona tiene su propia biblioteca particular en la estantería de su casa o en su ebook si lee en formato electrónico. Las bibliotecas virtuales competirán cada vez más con las bibliotecas físicas, nos guste o no.
Quizá es pues un poco excesivo seguir denominando a muchos espacios bibliotecas cuando no son solo actividades en torno a los libros (quizá son incluso las menos) las que se realizan en el espacio bibliotecario. Hoy son sede física frecuente de exposiciones, conferencias varias, salas de estudio, y quizá esporádicamente sesiones de club de lectura o presentación de algún libro (las menos, porque las más tienen lugar en librerías o auditorios multifunción dependiendo del prestigio del escritor).
La defensa de las bibliotecas como templos en torno al libro está perdiendo la batalla de la supervivencia si no estimulamos su renovada función central. Irene Vallejo es una paladina del libro: hay que leer y en cualquier formato; sí, pero también hay que redefinir la función de la biblioteca en torno al libro, ya que si no es así realmente lo que la gente quiere son espacios de encuentro para otros propósitos.

Quizá podríamos empezar por hacer más accesibles las bibliotecas públicas históricas (las privadas pertenecen a coleccionistas particulares en patrimonios privados, como hay pinacotecas públicas y lugares de colecciones privadas). Conocer y visitar lugares como la Biblioteca del Senado o del Congreso de los Diputados (hoy solo accesibles a visitas privadas y a congresistas y senadores), y albergar actos como presentaciones (o grabaciones) de presentaciones de libros o discusiones de clubes de lectura bajo un régimen de reserva de espacio son posibilidades atractivas. Anclar en nuestra psique la importancia de las bibliotecas históricas.

Es en las actividades sociales en torno a los libros donde encuentran su justificación y su futuro las bibliotecas de nuestra primera categoría, la que reivindican los vecinos de Ferrol. Porque los libros ya compiten como fórmula de conocimiento, reflexión y de entretenimiento con las nuevas tecnologías y medios audiovisuales alternativos (quizá incluso el metaverso en el futuro). Pero es mucho más difícil suplantar las actividades sociales en torno a los libros en las bibliotecas públicas de pueblos, barrios o distritos dentro de los municipios. Que además podrían perfectamente tener su biblioteca de libros elegidos que las distinga del resto. ¿Por qué no tener bibliotecas tematizadas y no sólo estanterías temáticas?
También en la pugna con las bibliotecas están las librerías, cada vez más convertidas en espacios de experiencias en torno a los libros para maximizar la venta, negocio del cual lógicamente viven los libreros de toda la vida. También contra ellos tendrán que competir nuestras queridas bibliotecas.
Quizá, en el fondo, cuando nos quejamos de la pérdida o cierre de nuestras bibliotecas, estamos pensando en algo distinto, y ya las hemos perdido, aunque el armazón y el rótulo digan que es una biblioteca. Tenemos que recuperar las bibliotecas, los templos del alma a través de los libros.