El virus Covid-19 nos ha cambiado la vida y uno de los efectos más dolorosos es la aparición de la «distancia social», porque va contra la esencia de nuestro comportamiento más acendrado. Está en nuestra naturaleza la necesidad de proximidad física, de darnos la mano, besarnos, rozarnos o amarnos físicamente. Ni siquiera otras culturas con sus costumbres son ajenas a la necesidad de cercanía.
La distancia social o cuarentena es la principal medida impuesta por los países cuando afrontan la curva galopante de contagios del virus, desde China hasta España. Es la forma de aislar el virus a la espera de que las personas nos autoinmunicemos o se encuentre una vacuna.
Los efectos de la distancia social son sobre todo psicológicos y económicos. No todos soportan igual el contacto continuo producto de la reclusión en nuestras casas – cuando no es la soledad -, para la distancia social con otros impuesta por la reclusión, para el dolor de saber que un familiar está contagiado en su confinamiento, para aceptar que un padre o un amigo ha muerto solo en el hospital y que además no podrás enterrar, la incertidumbre de un hijo en un país lejano que no puede regresar o un abuelo que espera con desconsuelo que una hija dé a luz en un hospital esperando que no se contagie y sabiendo que tardará en abrazar a su nuevo nieto. La cuarentena tiene muchas vertientes: perdemos privacidad por el contacto continuo con las mismas personas, reencontramos un tiempo en familia del que antes no disponíamos, pero se resiente nuestra cercanía física con otros amigos o familia. Circulamos por la calle con sensación de extrañeza, soledad y urgencia.
Estamos combatiendo la distancia social a través de redes digitales y aplicaciones que se han convertido en vitales para nuestro sostén social y para el trabajo digital en lo que es posible. En pocos días hemos redefinido radicalmente la forma de trabajar y en el futuro el teletrabajo ya avanzará imparable desde aquí. También las redes sociales se han convertido en plaza de bulos y conversaciones irrelevantes donde es fácil perderse lo esencial. Pero vamos aprendiendo.
La distancia social impuesta por la situación tiene unos efectos económicos notabilísimos porque hasta antes del Covid-19 producíamos y consumíamos sin restricciones de proximidad física. Buena parte del aparato económico está construido sobre la existencia de una continuada interacción física presencial. Eventos, conciertos, cruceros, viajes, concentraciones en calles o centros comerciales abarrotadas, playas repletas, sedes corporativas, cadenas de producción, restaurantes, hoteles, aeropuertos u oficinas bancarias son sólo una parte de las “economías de escala” que permiten hacer rentables proyectos de negocio atrayendo a clientes y usuarios. Por ello, los negocios que consolidan relaciones digitales como tecnología de teletrabajo, entretenimiento, producción digital son las que se sostienen mejor en esta crisis económica, junto con aquellos que a corto plazo necesitamos mientras dure la distancia social impuesta por las cuarentenas. Son sobre todo las actividades esenciales y casi existenciales, como comprar alimentos, productos básicos y medicamentos. Y la atención de la gestión de los infectados por el sistema sanitario, cuya infraestructura no está preparada para el agolpamiento de casos graves y la velocidad de los contagios. Pudimos haber evitado el contagio masivo antes, pero una vez desbordado, nunca una planificación de la infraestructura hospitalaria podría haber pre-existido para atender los casos graves de una pandemia. Ya llegará el tiempo de exigir responsabilidades. Pero ahora hay que actuar para vencer al Covid-19 y sus efectos.
La duración de la crisis económica dependerá del tiempo que dure esta situación excepcional y de las medidas que tomen los gobiernos de forma pronta y acertada para asistir a los vulnerables y evitar que las empresas sin ingresos – al menos de forma transitoria -, decidan cerrar definitivamente. Ahora también es el tiempo de la responsabilidad social de la empresa que debe entender que la situación que vivimos ha de ser por fuerza solo transitoria hasta que entremos en una nueva fase cuando el Covid-19 sea derrotado.
La duración de la crisis económica dependerá del tiempo que dure esta situación excepcional y de las medidas que tomen los gobiernos de forma pronta y acertada para asistir a los vulnerables y evitar que las empresas sin ingresos – al menos de forma transitoria -, decidan cerrar definitivamente. Ahora también es el tiempo de la responsabilidad social de la empresa que debe entender que la situación que vivimos ha de ser por fuerza solo transitoria hasta que entremos en una nueva fase cuando el Covid-19 sea derrotado.
El Covid-19 será derrotado más tarde o temprano con su legado de víctimas, fallecidos y personas dañadas por la dureza de esta crisis. Pero cuando la distancia social impuesta por los países termine todavía tardarán en desaparecer sus efectos en nuestra psique: en la forma en que viajamos, a donde lo hacemos, de cómo y donde trabajamos, en suma, de nuestro ritmo e intensidad de salida de nuestro confinamiento o nuestro «pequeño mundo». No me atrevo a pronosticar una vuelta a la normalidad anterior pero sí a una nueva normalidad que irá surgiendo poco a poco en un mundo post Covid-19. Y ese mundo será más restrictivo que el actual en la distancia social física y será mucho más cercano socialmente en la tecnología, y la ciencia, sectores ganadores de esta pandemia. La economía que resulte de ello será distinta.
Volveremos a darnos la mano, besarnos, a rozarnos, a amarnos físicamente cuando acabe la distancia social impuesta, pero entonces nos la auto impondremos por un tiempo que creo que no será corto y tardaremos en olvidar. Tras la reclusión y la pérdida de muchas personas quizá valoremos mucho más el contacto, la humanidad y la empatía.
Muy bueno y oportuno tu artículo Enrique. Mantener el equilibrio en estos momentos se hace difícil.
El hombre es un animal político y necesita el contacto con los demás, el confinamiento forzado pone en peligro dicho equilibrio y no digamos los que sufren la enfermedad, los familiares, los ancianos que viven solos y con miedo….cuando la simple proximidad a otro ser humano se percibe como una amenaza a la salud.
El ser humano necesita unas bases sobre las que asentarse, que yo diría que son como las patas de una banqueta, un tiempo para uno mismo, otra para mi relación con los demás, otra para el trabajo o mi aportacion a la sociedad y otra que nos relaciona con lo trascendente. Cuando alguna de esas patas falla, la banqueta del equilibrio se vuelve inestable.