Desde luego, el título del libro no puede ser más oportuno, y el lector interesado disfruta en un admirable ejercicio de análisis histórico de situaciones de crisis en distintos países del mundo y cómo se resolvieron, además de señalar posibles crisis futuras que se apuntan en algunos países clave del mundo. Por supuesto, Diamond no prevee en su libro una crisis pandémica como la crisis más probable, pero sí aventura otros tipos de crisis que pueden superponerse o acelerarse como consecuencia de la crisis del Covid-19.
Cuando habla de riesgos futuros, Diamond analiza algunos países concretos como EEUU dada su enorme importancia como potencia hegemónica en lo político, militar, económico y cultural en el mundo. EEUU ha sido faro y referencia moral de Occidente desde la Segunda Guerra Mundial, y su sociedad se ha considerado tierra de oportunidades y platea de integración cultural con su mezcla de inmigración de todo el mundo (al comienzo europea, después asiática y latinoamericana).
Pues bien, uno de los riesgos para la sostenibilidad del modelo de convivencia en EEUU es lo que Diamond llama la pérdida de «capital social». Y ello supone un peligro para su democracia, la más longeva del mundo con 230 años sin interrupciones, por la cultura del acuerdo y la negociación política que siempre ha existido entre los partidos antagónicos, el partido republicano y el partido demócrata. El capital social no se refiere aquí a los recursos propios de los accionistas de una empresa, sino quizá al recurso más valioso que vertebra la vida en común de las personas.
¿Qué es el capital social?
Jared Diamond define el capital social como las conexiones entre individuos, las redes de contactos sociales y las normas de reciprocidad y confianza que nacen de ellas. En este sentido, el capital social está estrechamente relacionado con lo que algunos han llamado virtud cívica. Se trata de la confianza, las amistades, las relaciones de pertenencia a un grupo, la ayuda y las posibilidades de percibir ayuda que se construyen mediante la participación en un grupo de cualquier tipo (y la pertenencia a él), desde clubes de lectura, equipos de bolos, clubes de golf, grupos eclesiásticos, hasta organizaciones políticas, sociedades profesionales, clubes rotarios, sindicatos, asociaciones de vecinos y demás.
Su tesis es que el capital social está en declive como consecuencia del uso de dispositivos móviles y electrónicos, formas de comunicación que no requieren de una presencia cara a cara. Aparentemente, los estadounidenses pasan entre tres y cuatro veces más tiempo viendo la televisión que hablando entre ellos, y un tercio de ese tiempo que dedican a ver la televisión lo pasan solos (a menudo en internet y no frente a un televisor).
Podemos imaginar que esta no es una circunstancia exclusiva de EEUU, sino que aplica a muchas sociedades avanzadas y que esta tendencia posiblemente se está acelerando, aunque en EEUU sea más extrema en estos momentos. Además, la baja densidad de población en los estados del interior donde el voto republicano triunfa son aquellos donde hay mayor pérdida de «capital social». Dicho en otras palabras, la gente es más vulnerable a la pérdida de relaciones sociales y a ser presa del entretenimiento digital, de las redes sociales digitales, y los programas de TV.
La crisis del Covid-19, gigantesca, inesperada y aún no concluida, es un acelerador de movimientos que ya estaban ocurriendo, casi todos dominados por la llegada de las tecnologías digitales a partir de comienzos de los 2000, con internet, las redes sociales digitales o los mercados online entre otros. Durante el confinamiento que muchos países están aplicando a sus poblaciones no cabe duda de que la dependencia de la tecnología se está incrementando en la vida de las personas, tanto en la esfera laboral como en la forma en que nos informamos, consumimos, nos divertimos o nos relacionamos con otras personas. Ello está acentuando el individualismo en contra del colectivismo.
Mis conclusiones fundamentales son las siguientes:
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Hay pocas dudas de que cuando el confinamiento del Covid-19 acabe, el tiempo y nuestra atención frente a los dispositivos (sea un televisor, una tableta, móvil u ordenador) va a seguir siendo muy alto. Esta tendencia ya venía de antes.
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Las plataformas tecnológicas, e incluso los propios gobiernos, nos quieren cada vez más enganchados al cordón umbilical de su atención y dictados. El criterio y la opinión propia individual son las víctimas.
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Hemos de recuperar los espacios de relación, conversación y contraste de nuestros sesgos cognitivos individuales. Vemos que cada vez en más países las opiniones se están polarizando en torno a lo que cada uno cree, como si no hubiese vías intermedias de diálogo u opinión.
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El debate de las ideas en un mundo donde cada vez pasamos más tiempo con la tecnología y con menor contacto físico tiene una gran esperanza con las plataformas de videoconferencia colaborativas como Zoom, Teams, Meet o cualquier otra. Serán mucho más efectivas si las conversaciones son efectivas, usando la voz o los distintos medios de interacción como el chat o los iconos, que si son meros mecanismos de retransmisión con poca participación de la audiencia.
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El “capital social” puede recuperarse si recuperamos el valor de la conversación a través de la sensación de pertenencia a algo, del debate, elevando las ideas a la categoría de luz que permite abrirse camino frente a la oscuridad del pensamiento único y bipolar.
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El ser parte de grupos de debate, de lectura, de arte, y el implicarse en foros de donde aprender y a los que contribuir permite luchar contra el individualismo. El ser parte de algo refuerza el capital social de los individuos.
Imagen de un club de lectura digital |