Un poco de física: el problema de los tres cuerpos
En física hay una conocida teoría que dice que es fácil predecir la trayectoria de un sistema de dos cuerpos atraídos por su gravedad mutua, sobre todo cuando uno es más grande que el otro, como puede ser el caso del Sol y la Tierra. Cuando el problema es de tres o más cuerpos la cosa cambia.
Para ser un poco más precisos, el problema de los dos cuerpos puede resolverse con exactitud y consiguientemente, -como ya demostró Pierre Simon Lagrange hace doscientos cincuenta años-, las trayectorias correspondientes a ambos componentes del sistema se pueden expresar con unas bellas fórmulas matemáticas.
Sin embargo, es prácticamente imposible hacer lo propio con un sistema compuesto por tres cuerpos. De hecho, cuando existen tres cuerpos diferentes, aunque hay soluciones matemáticas en forma de sumas de funciones en una serie infinita, el resultado es obstinadamente dependiente de las condiciones iniciales. Como señaló Henri Poincaré a principios del siglo pasado, no hay manera de expresar la solución mediante una fórmula cerrada. Dicho de otro modo, adiós a lo simplemente complicado y bienvenidos a un mundo complejo. Técnicamente se trata de un ejemplo de un sistema caótico, muy alejado del comportamiento lineal que a nuestras modestas mentes les resulta confortable y manejable y por el que, las más de las veces, nos regimos para la anticipación del futuro y la toma de decisiones.
Y un poco de ciencia ficción china
Para el lector interesado, esta propiedad de la difícil previsibilidad de la trayectoria conjunta de los tres cuerpos es la que le ha servido al escritor chino Liu Cixin de excusa científica para el eje central de su recomendable, aunque solo sea por diferente, novela de ciencia ficción. Para que sirva de enganche, el punto de partida del libro es que existe un planeta que gira caprichosamente en torno a tres soles en el que periódicamente su civilización es destruida por cataclismos impredecibles.
Aunque hay autores que intentan defender que la ciencia ficción china no es más que ciencia ficción y nada más, resulta muy difícil no leer cualquier obra allí publicada en clave política, incluso aunque la versión local sea algo diferente -parece que había demasiada crítica a la Revolución Cultural para los censores- de la versión internacional. Dejando a un lado que los héroes que salvan la Tierra son por supuesto chinos -un refrescante cambio comparado con los consabidos estadounidenses- lo más interesante de la novela es la relativamente sutil idea de que el colectivo -la sociedad, el país, la patria- es más importante que los individuos y que, alegremente, hay que sacrificarse por él a pesar de los pesares. Los individualistas -los egoístas- están condenados al desastre y, peor, arrastrarán a sus patrias.
De hecho, el autor, Liu Cixin, ha elaborado una teoría, una suerte de “sociología cósmica” que elabora las reglas que deberíamos seguir para asegurar nuestra supervivencia como especie y que está desarrollada a lo largo de los siguientes dos libros que constituyen la trilogía completa. Los tres volúmenes están publicados en español y, bajo la modesta perspectiva del que escribe, ayudan a comprender una presente y futura China relevante en el mundo, tanto o más que cualquier sesudo ensayo actualmente disponible. Y, desde luego, proponen un modelo de liderazgo bastante diferente al actual.
Matemática macabra
China es desde luego uno de los tres cuerpos del futuro, junto a unos Estados Unidos en declive y una Rusia que se niega a abandonar su influencia global, pero hay más. Si ya la física, con sus leyes y ecuaciones, nos recuerda que un sistema ternario se convierte en impredecible, qué decir cuando nos salimos de la ciencia, y entramos en la relación entre tres sistemas complejos dirigidos por personas no menos complejas y debidas en mayor o menor grado a sus sociedades, igualmente complejas.
Nada mejor que un ejemplo para ilustrar este nuevo mundo caótico y multipolar: la destrucción mutua asegurada, MAD por sus siglas en inglés, una lógica que ha mantenido, bien cierto que muchas veces en vilo, al mundo sin un conflicto nuclear los últimos setenta años.
Es un problema de dos cuerpos que, utilizando cifras simplificadas, se puede describir aproximadamente como que Estados Unidos y Rusia necesitan cada uno alrededor de 1,500 cabezas nucleares para asegurar la destrucción del oponente, incluso aunque éste ataque primero. La idea básica es que una ofensiva inicial, incluso sorpresiva, destruiría muchas de las armas nucleares del oponente, pero este aún tendría suficiente arsenal, unas 500 se estima, como para también destruir completamente al rival. Por tanto, no merece la pena atacar porque la destrucción propia está asegurada. El corolario es que tampoco parece hacer falta más de esta capacidad nuclear y, milagrosamente, por tanto, se puede -se podía- llegar a acuerdos de no proliferación y de limitación del arsenal nuclear. El lector interesado puede consultar una descripción más detallada y con números más precisos en un reciente artículo de Andrew F. Krepinevich en Foreign Affairs.
¿Pero qué sucede si hay tres potencias nucleares con capacidad de destrucción global? Es un problema de tres cuerpos o, como explica el artículo citado, de tres escorpiones de picadura mortal. La potencia A puede pensar que las dos otras potencias, B y C, son capaces de aliarse entre ellas. Por tanto, necesita más arsenal nuclear para prevenir esta eventualidad con la lógica MAD.
Con los números anteriores, debería preservar después de sufrir un ataque hasta 1,000 cabezas, 500 para cada uno de los rivales, y así mantener el equilibrio de la destrucción mutua asegurada. Como consecuencia, querrá muy probablemente doblar su armamento nuclear total. Pero qué decir de cualquiera de las otras dos potencias. Viendo que el rival aumenta su armamento nuclear, pensarán que estará en riesgo su capacidad de respuesta, así que igualmente decidirán incrementar su arsenal.
Esto a su vez causará que los otros rivales hagan lo propio. Adiós a la estabilidad de la MAD, adiós a los acuerdos de no proliferación nuclear. Es un círculo vicioso que lleva a una escalada cuyo único final es la destrucción por algún error de cálculo o la ruina de las sociedades que tengan que dedicar todos sus recursos a militarizarse. Un tema que, por cierto, también está en la base de los libros de Liu Cixin.
Viendo al ritmo que aumenta el arsenal nuclear chino y cómo los tratados de limitación de armamento nuclear entre rusos y estadounidenses se van dejando caducar uno tras otro, hay que preguntarse si no es justamente este el mundo en que ya nos encontramos.
Conflictos intrincados
Como el autor ya ha hecho notar en un reciente artículo, el caos y la impredecibilidad de los conflictos causados por, al menos, tres cuerpos se extiende imparablemente. Entresacando algunas líneas de este trabajo, se puede decir que el contexto de los conflictos, cada vez más intrincado, y la multiplicidad de actores implicados, han hecho más compleja su prevención y resolución. Como la teoría del caos predice, no es solo el contexto lo que aumenta la complejidad, es también una cuestión de la cantidad, la visibilidad, la intensidad y la profundidad de estos conflictos.
Es un verdadero campo de batalla en el que múltiples actores luchan por remodelar muy agresivamente las narrativas que definen las líneas de identidad de sociedades cada vez más fracturadas. Muchas de las brutales acciones que suceden ahora mismo contra la población en general, contra las minorías y contra el patrimonio cultural tangible e intangible no son ni aleatorias ni irracionales, sino una estrategia calculada para configurar artificialmente y legitimar nuevos constructos culturales y, como resultado, crear nuevas identidades políticas. Como si de un planeta gobernado por tres soles se tratase, de una forma creciente los actuales conflictos se extienden geográficamente y afectan a mayor número de personas y, en ocasiones, amenazan gravemente a civilizaciones enteras.
¿Y Europa?
Dentro de este panorama, Europa tiene varias disyuntivas, aunque ninguna parece particularmente atractiva.
- Podemos resignarnos a que las decisiones se tomen en / entre cualquiera de los poderes dominantes y emergentes y, lentamente, caer en la irrelevancia en términos de nuestra influencia global. Aunque si le permite la licencia al autor, siempre seremos un muy atractivo parque temático.
- También podemos apoyar decidida y completamente -o supeditarnos- a nuestro poder -a nuestro sol- de referencia, Estados Unidos y esperar que tome las decisiones estratégicas apropiadas para que, al menos, de un problema de tres cuerpos volvamos a uno de dos y vivir al borde del abismo bajo el paraguas de la doctrina MAD.
- Finalmente, podríamos también querer utilizar nuestras buenas intenciones europeas, apostar por un rearme, igualmente bienintencionado, quizá con el propósito de extender lentamente nuestro modelo de valores y protección de la sociedad civil al mundo entero, y convertir el problema de los tres cuerpos en uno de cuatro.
Si vamos en esta última dirección conviene ser conscientes de que para este problema ni siquiera existen, no ya soluciones matemáticas por complejas que sean, sino probablemente ni mapas de actuación. Y conviene ser igualmente conscientes de que vamos a necesitar mucha inteligencia, sabiduría y fortuna para navegar por una suerte de caos geoestratégico de trayectorias y resultados desconocidos.
Nota del autor
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