Nos interesa, y mucho, la Historia. Valoramos la rigurosidad, imprescindible en cualquier área de conocimiento, pero más aún en Historia, donde sin ella, se cae en la propaganda, en el panfleto. Y también nos gusta contar con fuentes de origen diverso, tratando de esquivar el “sesgo de confirmación”. Cuando la frontera entre Historia y política es difusa, alimentarse desde un solo lado implica perder perspectiva. Cuando se hace uso político de la historia, es imprescindible la precisión.
Acierta Santos Juliá cuando arranca su último libro reconociendo que la Transición, que se consideraba ya solo historia allá por 1996 “ha recuperado un lugar central en el debate político… hablar en estos últimos años de la Transición es hablar de política mucho más que de historia; o mejor: cuando se aparenta hablar de historia, lo que se hace cada vez con mayor frecuencia es un uso del pasado al servicio de intereses o proyectos culturales del presente”.
Por eso “Transición” es un libro imprescindible para el momento actual. En él, el profesor Juliá despliega todo su saber, ejemplo de qué significa ser un “investigador de la Historia”, en claro contraste con los contadores de historias que, sin rigurosidad, son sólo unos charlatanes que citan la anécdota, el tópico. Quien quiera hablar de política recurriendo a la Historia, debe apoyarse en obras como las de Juliá, cargada de referencias, citas y bibliografía. El resultado de toda una vida de investigación. Me encantaría saber el número de horas que ha necesitado para escribir este libro y compararlas con las dedicadas por muchos otros que cuentan con una atención infinita e injustamente superior por parte de los medios y de los votantes.
El libro (repaso a todos los acontecimientos relevantes de los últimos 70 años) comienza cuando se inició la transición, es decir, en la Guerra Civil. “Monarquía o República: ésa era la cuestión al término de la Segunda Guerra Mundial”. Nada más lejos de la realidad. Se narra cómo, a medida que pasaban los años se hacía más patente que tras la dictadura no se podría restaurar un régimen anterior. Cuanto más tiempo transcurría y más “inminentes finales” salvaba, más diferente tenía que ser el nuevo sistema de gobierno. Y que “la cuestión española era asunto que tendrían que resolver los españoles por sus propios medios”.
A lo largo del libro se describe el esfuerzo de reencuentro, reconciliación y de aceptación de las diferencias, que eran muy grandes. Posiblemente mayores que las de ahora. Me quedo con la parte en la que se cuenta la rebelión universitaria de febrero de 1956, la de las nuevas generaciones autodenominadas “ajenas a la Guerra Civil”, los “hijos de los vencedores y vencidos” que “no han vivido la Guerra Civil, que no comparten los odios y las pasiones de quienes participaron en ella y sobre la que no pueden recaer las consecuencias de unos hechos a los que sus miembros fueron ajenos, en los que no tomaron parte”.
El cambio no llegó hasta 1975. La primera transición. La segunda, en 1996, con la llegada al Gobierno del Partido Popular. El libro termina con la intensificación de los movimientos independentistas y la aparición de los populismos. Retos para la Constitución de 1978, recién cumplidos sus 40 años. ¿Estamos en una tercera transición?