El buen gobernante es amado y aclamado por sus súbditos.
El gobernante mediocre es universalmente temido.
El mal gobernante es generalmente despreciado. Como carece de credibilidad, los súbditos no confían en él.
En cambio, el gran gobernante rara vez da órdenes. Sin embargo, parece que lo hace todo sin esfuerzo. Para sus súbditos, todo lo que hace es algo natural.
Tao-Te-Ching, Lao-Tse
Quien quiera aprender algo sobre la China actual, conocer su plan estratégico de aquí a 2050, los medios para conseguirlo y lo que mueve a este país en este titánico esfuerzo, debe leer el libro El gran sueño de China. Tecno-socialismo y capitalismo de estado, de Claudio F. González.
Claudio F. González, doctor en ingeniería y economista, ha vivido en China, como director de Asia de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), durante seis años. Durante este tiempo ha estado involucrado en los ámbitos de la educación, el emprendimiento, la investigación y la innovación en el gigante asiático. Desde esta privilegiada atalaya ha podido observar, analizar y comprender la complejidad de este país.
Según el autor, a lo largo del siglo XX, el mundo occidental miró a China con la condescendencia propia de un antiguo imperio en decadencia y sumido en el caos, las luchas de poder y la pobreza, y sólo en las últimas décadas del siglo pasado, como un mercado de gran potencial y un fabricante barato de calidad limitada. No obstante, China tenía, y tiene, su plan cuyo objetivo final es devolver al «Imperio del centro» al lugar que ha ocupado durante la mayor parte de la historia de la humanidad. A saber: ser la nación más avanzada social y tecnológicamente y, a partir de ahí, recuperar el liderazgo mundial en las esferas económica, comercial y cultural.
En 2015, el gobierno anunció el primero de sus grandes planes: Made in China 2025, con el objetivo de que para esa fecha China sea líder en industrias como la robótica, la fabricación de semiconductores, los vehículos electrónicos, las energías renovables y, por supuesto, la inteligencia artificial.
Iniciativas como la Nueva ruta de la seda o instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura no son más que instrumentos con los que China quiere remodelar un orden internacional más favorable a sus nuevos intereses. Uno de los objetivos declarados por China es que para 2035 quiere ser el país que establezca globalmente los próximos estándares en áreas como la IA, el 5G o el Internet de las Cosas.
Los éxitos de China en la economía digital se basan en tres factores principales:
1. Un mercado de enorme tamaño y a la vez joven, que permite la rápida comercialización de nuevos modelos de negocio y permite igualmente un alto nivel de experimentación.
2. Un ecosistema de innovación cada vez más rico y variado que va mucho más allá de unas pocas empresas grandes y famosas.
3. Y un fuerte apoyo gubernamental, que proporciona condiciones económicas y regulatorias favorables, y que además actúa como inversor de capital riesgo, consumidor de productos basados en nuevas tecnologías y producidos por empresas locales, y permite el acceso a datos que son clave para desarrollar nuevas soluciones en condiciones impensables en otras regiones.
El profesor F. González llama a este modelo tecno-socialismo o capitalismo de estado.
¿Cuáles son las características que definen este modelo tecno-socialista?
China pretende aprovechar el interés por el desarrollo tecnológico de su propia industria para alinearlo con los intereses del gobierno. El objetivo general es, partiendo de lo que el Partido Comunista Chino (PCC) llama una sociedad socialista moderadamente próspera, alcanzar y superar a los países occidentales más desarrollados, idealmente para el centenario de la fundación de la República Popular China (2049). El socialismo en el sentido del régimen chino ya no es el socialismo en el sentido tradicional de propiedad y gestión colectiva de los medios de producción, concepción política definitivamente derrotada tras la desaparición de Mao, sino su control y coordinación para alcanzar objetivos sociales.
Los rasgos que caracterizan a este tecno-socialismo son los de la completa seguridad física de las personas y las cosas, la ausencia de pobreza extrema, el pleno empleo y la posibilidad de que los más laboriosos obtengan recompensas económicas y de prestigio por su esfuerzo, siempre que se alineen con los objetivos establecidos por el partido y no pongan en riesgo su dominio. Este tecno-socialismo trata de conducir al conjunto de la sociedad hacia una centralidad de pensamiento que evite extremismos que destruyan la paz y la seguridad social, y que no pongan en cuestión el liderazgo y el dominio omnipotente del partido.
La alineación entre los intereses empresariales, o de otras instituciones, y los intereses públicos, tal y como los interpreta el partido, crea un ecosistema de innovación único en el que las empresas capaces de promover soluciones para una amplia base de usuarios se convierten en adalides de una política industrial. Una vez alcanzado este estatus, y siempre dentro de la lógica de la alineación de intereses, accederán a todo un arsenal de medidas (subvenciones, reducciones fiscales, trato preferencial), para mantener esta posición y, si es posible, extenderla internacionalmente, pues ya no son meras empresas, sino embajadoras de un nuevo modelo. En el caso particular de la inteligencia artificial, el gobierno ha aportado las condiciones necesarias (estrategias, planes, regulación, espacio para las experimentaciones) y el apoyo práctico (capital riesgo, contratación pública, permisos de acceso a datos), para que las innovaciones en este campo se sucedan. Alibaba, Tencent y Baidu crean centros de investigación, despliegan aplicaciones, inscriben capital humano y apoyan las políticas del PCC.
¿Será el tecno-socialismo capaz de generar suficientes innovaciones disruptivas para que la tecnología creada en China tenga entidad propia?
Entre 2015 y 2018, el capital riesgo financió más de 1 billón a nuevas empresas tecnológicas en China. China tiene más unicornios, empresas de menos de diez años con una valoración superior a 1.000 millones de dólares, que cualquier otro país. En cuanto a la investigación, China es ya el país con más artículos científicos, superando a Estados Unidos, si bien es cierto que su impacto es aún menor, la brecha se está cerrando rápidamente. Resulta que ha sido el Estado el que, con sus ayudas a la investigación, becas y universidades, ha generado ideas que, por su riesgo, la iniciativa privada nunca se hubiera atrevido a financiar. De ahí que, en este sentido, los poderes públicos que alimentan formas alternativas de pensar sean el verdadero motor del progreso.
El profesor F. González denomina a este paradigma de innovación aplicable a China como modelo asimétrico de triple hélice, en el que el gobierno nacional controla el contexto general de la innovación a través de sus políticas y planes descendentes pero, al mismo tiempo, permite un cierto nivel de autonomía a los gobiernos de distrito, locales y regionales para que lleven a cabo sus propios experimentos y den cabida a las innovaciones que surgen desde la base. Las grandes empresas, las start-ups y las compañías financieras se alinean con los intereses del gobierno. Y las universidades y los centros de investigación se alinean igualmente con los objetivos del gobierno en la producción de nuevos conocimientos y la generación de talento en forma de capital humano.
Y finalmente ¿cuándo alcanzará y asumirá China el papel de líder mundial?
Desde el punto de vista del autor, China, debido a un conjunto de incoherencias y lagunas estructurales, no está preparada ni dispuesta a asumir el liderazgo mundial en un futuro previsible. Sin embargo, sí que puede presumir de ser la economía más poderosa e influyente, con la sociedad más cohesionada y el liderazgo interno menos cuestionado que le permitirá convertirse en algo así como el mejor país de un mundo fragmentado. La fuerza actual de China reside en la existencia de un plan a largo plazo: un sentido del destino que enlaza con su pasado imperial. Existe una profunda convicción en la sociedad china, una determinación, que es la fuerza clave para alcanzar estos objetivos estratégicos.