El pasado 19 de noviembre celebramos en AdI una sesión sobre “La Biotecnología está cambiando el mundo: ¿jugaremos algún papel?”. Por su interés, reproducimos un extracto de alguna de las conversaciones que tuvimos con el doctor Enrique Castellón, Presidente de CRB Inverbío.
El vigente paradigma del tratamiento médico hunde sus raíces en la introducción, hace ya cien años, de los antibióticos. En esencia consiste en la identificación de la enfermedad infecciosa concreta, la elección del antibiótico adecuado y el efecto curativo –eliminando bacterias- de ese fármaco concreto.
El vigente paradigma del tratamiento médico hunde sus raíces en la introducción, hace ya cien años, de los antibióticos. En esencia consiste en la identificación de la enfermedad infecciosa concreta, la elección del antibiótico adecuado y el efecto curativo –eliminando bacterias- de ese fármaco concreto.
Superado, en los países avanzados, el problema de las enfermedades infecciosas (aunque no sólo gracias a los antibióticos), el relevo lo toman especialmente, en términos de impacto, las enfermedades cardiovasculares y las degenerativas, entre ellas el cáncer.
Pero el paradigma no cambia, sino que se adecúa al nuevo escenario. Se identifica la enfermedad y la “diana” terapéutica correspondiente, se encuentra la molécula adecuada y con ella se trata al paciente. Con este esquema se han curado muchas enfermedades y, sobre todo, se han cronificado otras que originariamente resultaban letales en el corto plazo.
Quizá este paradigma haya llegado, una vez prestados magníficos servicios a la causa de la medicina, al límite de sus posibilidades. En no mucho tiempo, la medicina regenerativa, biotecnología en estado puro, cambiará el enfoque con el que se abordan las enfermedades. Este abordaje se basa en el uso de células madre, células con la potencialidad de transformarse en cualquier otro tipo celular especializado, desde células óseas hasta neuronas, pasando por células musculares o epiteliales. Todos nacemos con nuestra correspondiente dotación de células madre en el seno de los diferentes tejidos. Contribuyen a reparar con carácter inmediato el deterioro permanente de los mismos, una circunstancia que se produce por el mero hecho de vivir. El simple transcurso del tiempo y las agresiones ambientales reducen significativamente su número y llega un momento en que el organismo no es capaz de controlar su propio deterioro. Este es precisamente el nuevo paradigma: la enfermedad como una insuficiencia celular, por así decirlo.
De aquí se sigue inevitablemente que el tratamiento no puede ser un fármaco, al menos no de manera sistemática, sino un refuerzo de células madre allí donde el desgaste sea más evidente. Esto, como es natural, nos interesa a todos individualmente. Pero también nos interesa de manera colectiva, como ciudadanos y contribuyentes en un país que ha desarrollado un grado elevado de conocimiento científico en esta materia.
Un conocimiento que por desgracia no se traduce como debiera en innovaciones aplicadas a la práctica médica. La razón es muy simple: escasez de recursos públicos y privados destinados a a la transferencia tecnológica en medicina. No se trata de que lideremos el mundo en este ámbito del conocimiento, ni de que copemos el mercado de la salud con productos y servicios vinculados a la medicina regenerativa.
Lo que se debería evitar es transitar este nuevo territorio médico en el vagón de cola, no tener nada que decir, no obtener la cuota parte de la riqueza generada y el prestigio obtenido que debe corresponder a un país con una cualificación profesional de primer nivel. Es obvio que la innovación produce beneficios, pero una visión de muy corto plazo (por parte de la sociedad en general) nos está alejando de, al menos, disputar el protagonismo, con otros, en este apasionante cambio de paradigma.