Ya comenté aquí (Empujoncito) que las personas no somos racionales. Y, en contra de lo que dice la teoría clásica, los mercados financieros tampoco. De forma más técnica, podemos decir que los mercados “no son eficientes”. Por más que vayan proliferando los algoritmos, las máquinas o los gestores automatizados, los mercados siguen gobernados por las personas, con sus sentimientos, sus sesgos y sus miedos.
De esta forma, los precios de los activos financieros sufren sobrerreacciones al alza (“burbujas”) y a la baja (“pánicos”) cuya cuantía y frecuencia es superior a lo que justifican los fundamentales que hay detrás del precio (básicamente, flujos de caja futuros). Uno de los datos más contundentes es que la volatilidad del precio de una acción es del orden del 20% anual o, lo que es lo mismo, que con una probabilidad del 95% su cotización puede oscilar un +-40%. La evidencia empírica es contundente.
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Podríamos decir que en los mercados financieros existe una especie de efecto multiplicador x3 o x4, que es lo que varían los precios en proporción a lo que lo hacen los fundamentales. En definitiva: es necesario conocer los sesgos humanos y psicológicos que están detrás del movimiento de los precios de los activos financieros.
Un concepto tan amplio se recoge en el denominado “Behavioral Finance” o finanzas conductistas, que se nutre de los conceptos, experiencias y teorías de economistas y psicólogos. Aunque la bibliografía al respecto está aumentando (la referencia española es Manolo Conthe), no es fácil encontrar un manual que reúna sencillez, ejemplos claros y casos reales. Este de Montier lo es.
Podríamos considerarlo uno de los primeros textos que debe leer cualquier persona interesada en el proceso de inversión y un pilar básico del aprendizaje para conocer el “exceso de confianza”, el “sobreoptimismo” o el “sesgo de confirmación”. Se trata de factores que impiden reconocer cuando nos hemos equivocado con una posición larga o corta. O el “efecto propiedad”, que nos lleva a sobrevalorar un bien cuando lo tenemos en cartera. “El optimismo puede ser una muy buena estrategia para la vida, pero no para la gestión de carteras”. En sentido contrario, es importante conocer el “exceso de prudencia” o el “efecto conservadurismo”, que nos lleva a ignorar oportunidades tras los procesos correctivos, tras una de esas sobrerreacciones a la baja que la teoría clásica descarta que se puedan producir o que generen oportunidades de comprar.
La obra incorpora inteligentes símiles como el que compara una gestión excesivamente activa con el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o con el portero que trata de parar penaltis tirándose a la derecha o a la izquierda pero casi nunca quedándose parado, lo que podría ser la mejor opción. Y yo añado: al conducir en un atasco siempre tengo la duda de si es buena estrategia cambiarse de carril (gestión activa) o permanecer en el que estás (gestión pasiva). Lema: “Nunca minimices el valor de no hacer nada”.
Una última reflexión: uno de los principales problemas de los inversores es que piensan que invertir es emocionante o excitante…. Pero, ya saben: debe ser lo más parecido a ver crecer la hierba.
PS. Varios días después de escribir esta entrada, la CNMV ha publicado una guía para el inversor que habla sobre el Behaviroal Finance. Muy recomendable. http://cnmv.es/DocPortal/Publicaciones/Fichas/Toma_decisiones_inversion.pdf
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